Capítulo 3

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En la mañana había ido a clases con mi nuevo grupo de amigos, vi a Bethanya quien no paraba de hablar sobre John, y luego, de regreso a casa vi a John, quien no paraba de preguntar si le había dado buenas referencias sobre él a mi amiga. A quien no había visto era a Adler; no había asistido a clases y yo no había preguntado tampoco. Así que supuse que él no iría a la fiesta, pero tampoco quería convertir a mi buen humor y la nueva sensación de ser rebelde y huir a hurtadillas de casa en seres dependientes de lo que Adler hiciera. Así que decidí que iría a la fiesta aún cuando era posible que él no lo hiciera.

Al regresar a casa, mis padres se encontraban en el trabajo, así que, tomé un par de cosas comestibles que encontré y me fui a mi habitación. Mis padres siempre habían sido muy presentes, pero durante los últimos días, comencé a distanciarme de ellos.

Mamá siempre me había narrado historias maravillosas, al principio lo hacía de forma sencilla. Pero jamás agregaba el "y vivieron felices por siempre". Me dijo que la vida de las princesas no solía tener un final feliz, y que los príncipes podían llegar a ser obsesivos y manipuladores. A los cinco años, no tenía idea de lo que eso significaba, pero siguió repitiéndolo cada vez que pedía por un final feliz. Y años después, comprendí a lo que se refería "obsesivo y manipulador" pero ya no exigía finales felices.

Cuando llegué a la edad de dieciocho años, y tras mi firme decisión de explorar el mundo, libre de la supervisión de mis padres, mamá me había regalado un manuscrito de todas las historias que me narraba de pequeña, solo que más detalladas. "Recuerda que siempre, a pesar de todo, serás mi pequeña princesa, una adolescente en busca de su propia aventura. Y, a diferencia de las historias que te narré, espero que tu historia, tenga un final maravilloso" había dicho.

Y, lo recordaba perfectamente porque me obligó a escribirlo en la primer página del libro. Lo hizo porque y su argumento fue que si fuera escrito por ella, probablemente el tiempo me haría olvidarlo. No se si eso tenía sentido, pero probablemente tenía razón.

Era extraño que a tal edad me regalara una de esas cosas, pero al mismo tiempo, me recordó para que lo hacía, bajo el nombre del libro; "El reino derruido", en la segunda hoja, se acomodaban las siguientes palabras: "Necesito que siempre recuerdes estas historias, porque el momento llegará muy pronto y la realidad te dará un golpe tan intenso, que sacudirá tu vida y los cuentos de princesas estarán ahí para ayudarte".

Eran una ayuda, esa inyección de fantasía que hacían que tus días en la abrumadora realidad fueran mas llevaderos, te daban esperanza de que quizás, y solo quizás, te encontrarías con un portal hacia otro mundo y acabarías en un país de ensueño, o quizás naves extraterrestres vinieran a destruir la tierra y tendrías tu oportunidad de dar tu mejor lucha para salvar a los que amas.

Pero siendo sincera, no me sentía con humor de leer cuentos de hadas, desde el día en que me lo habían obsequiado, hacía varios meses atrás. Sí, había envuelto a mi madre en un abrazo y por supuesto me había emocionado pensar que lo escribió exclusivamente para mí. Pero al mismo tiempo, ya no tenía ocho años, y no quería vivir mi vida pendiente de historias que finalizaban mal. Quizás quería por una vez, tener una falsa certeza de que todo saldría bien.

El libro reposaba en mi biblioteca, le eché un ojo, pensando si debía leerlo, por los viejos tiempos. Bufé y me saqué cuidadosamente los lentes de contacto, los guardé, y me examiné en el espejo de cuerpo completo frente a mí. Mis ojos se encontraban un tanto inflamados, lo que hacía que se vieran sumamente blancos, las rayas que atravesaban mi iris, estaban de un color intenso y un par de manchitas, como pequeñas pecas color naranja se esparcían bajo los ojos, pintando mi piel. Mi cabello blanco grisáceo se esparcía de forma horrible, sobre toda mi cabeza y las puntas negras estaban ahí, expectantes por saber qué pasaba con ellas.

StrayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora