El hombre en la esquina

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No sé si todos, pero mucha gente, a mi parecer, alguna vez ha soñado con alguien a quien se les hace imposible discernir. En los sueños anida más que una comunicación -o un intento de ella- del inconsciente al yo conciente; como lo es la capacidad de ver cosas que en la vida prosaica no se nos permite. Y quiero creerlo así o de lo contrario empezarán a pensar que estoy loco. No lo estoy. En sueños he vivido más suntuosas experiencias que en la otra realidad conciente y colectiva. La concatenación de sueños no tienen el mínimo parangón, excepto por alguien... Alguien tan flemático e imperturbable como nunca nadie lo ha sido. Él siempre está ahí, observando sin ninguna expresión facial, ¡que terror! Sí, sin ninguna. ¿Quién no se ha sentido observado? cuando esto pasa, nuestra mente no puede evitar el hecho de que hay alguien más compartiendo el espacio que respiramos, tanto así, que llega a penetrar en nuestra forma de pensar y por supuesto, de actuar. De ahí el que muchos empiecen a sentirse presionados y acaecen a entorpecer sus acciones; pero también hay quienes toman esto como una oportunidad para concentrarse mucho más y hacer las cosas lo mejor que puedan. Estos últimos tienen una clase de barrera que les impide establecer sus máximas capacidades en todo momento y guardan ese tipo de esfuerzos para usarlos meramente en ocasiones que lo ameriten. Pero he aquí la primera diferencia, en esos casos siempre se ha de esperar una respuesta o reacción por parte de quien nos tiene el ojo encima. Ese no es mi caso (¿o nuestro caso?). Él nunca habla ni juzga. Cada noche, compra el mismo boleto de entrada para la misma obra trivial en dónde solamente puede ver a un hombre durmiendo en su lecho. Por supuesto, ese hombre soy yo. La primera vez que lo vi, me encontraba en mi habitación donde lo único visible era la oscuridad; intentaba dormir pero no podía, algo muy natural en mí. De repente sentí la necesidad de encender la luz para hacer algo (¿Qué?) en ese instante, ir a beber agua o caminar un poco por mi casa para volver a mi aposento esperarando conciliar el sueño.

¡Y ahí estaba! Yacía en cuclillas recostado sobre las paredes del recoveco inmediato a la puerta. Clavando sus ojos en los míos, llenándome de terror. Alguien plenamente ajeno a mí, estaba seguro que no le había visto nunca. Quedé petrificado cuando prendí la luz y pude observarlo, pasaron pocos segundos cuando al fin iba a reaccionar preguntándole quién era. Antes de abrir la boca, o en el justo momento en que mis fauces se movieron menos de un centímetro, el hombre se levantó con una celeridad preternatural y corrió hacía afuera agarrando con su mano izquierda la puerta para cerrarla bruscamente apoyado en la velocidad que tomó.

Tan aterrizado estaba tras el suceso que no decidí ir en su búsqueda. Ahora mi habitación se inundaba de un horror desconocido, en conjunción con el miedo que podía sentir palpitando en mi pecho. Lo ví, no podía ser un fantasma, ni un demonio, ni nada de esas ficciones. Era real, ¡tan real era! y tan anónimo. En mi cómoda guardaba una pequeña linterna a la cual no le daba uso desde hacía un par de años. La dejé al lado de mi almohada, no quería prender de nuevo el interruptor, pese a que este anidaba en la pared a la cual mi cama yacía posada. Dormité unos minutos sin lograr conciliar el sueño debidamente, pues el temor que sentía casi alcanzaba el límite de lo que podía soportar. Fue mi instinto prender la linterna y apuntarla al rincón en el que lo había visto. No tenía ninguna expresión, su semblante no denotaba absolutamente nada. Tenía cara de poker y él, a diferencia de mí, no se asombró. No dió índices de un ápice de sentimientos o emoción. Era imposible, completamente imposible que haya entrado de nuevo sin que le escuchase. Pero ahí estaba otra vez, y al igual que la anterior ocasión, reaccionó más rápido que yo abriendo la puerta y huyendo con suma viveza.

Al día siguiente, me aseguré de cerrar correctamente la puerta principal de mi morada y las ventanas de esta. Era improbable que alguien llegara a entrar a la casa. Recorrí cada recoveco, cada sitio, esperando no encontrarlo escondido en uno de aquellos lugares observando con tan peculiar mirada, asombrosamente indiferente. Era casi media noche, me dirigí al cuarto para recostarme en mi lecho a descansar. Cerré también esa puerta luego de observar la ausencia del susodicho. Un par de horas luego de abandonar un ensueño que no logro discernir, sentía como mi brazo actuaba por voluntad propia, sujetando la linterna que permanecía al lado de mi cabeza.
—¡¿Por qué a mí?!
—No sólo a usted— Huyó.

Curiosidad En La Carretera Y Otros RelatosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora