Los pasos que golpeaban

49 2 0
                                    

Él levantó con fragilidad el cuchillo a la distancia, mientras la corriente de viento acariciaba mi rostro cómo si quisiera cercenar mi temor. Supe desde ese instante que se acercaría, provocándome  cada vez más miedo y desesperación por su llegada. Se me hacía imposible divisar su silueta o identificar su origen, sólo podía sentir cómo caminaba en dirección recta, hacia mí. Su cuerpo se erguía soltando apáticas carcajadas por el afán de completar su misión, pero yo desconocía la mía. A pesar del miedo que estaba sintiendo, no huía; no porque no quisiera -era todo lo que anhelaba- sino porque me era imposible. Yo corría y corría pero seguía en el mismo lugar, la misma vacía e insondable oscuridad; me hallaba sobre algo que flotaba en medio de ella, casi inerte por el asombro de todo aquello que no me era permitido vislumbrar, tal era mi confusión que se me dificultaba bastante discernir si tenía los ojos abiertos o cerrados, pues de ambas formas no veía nada, sólo un manto infinito de sombras sin ninguna forma distinguible a mi derredor. Poco a poco algunos de mis sentidos se fueron agudizando, aunque los creía ajenos, íntimamente se confundían, librando una batalla para decidir quien terminaba de tomar las riendas de mi mente paranoica. Estaba plenamente seguro de que aun mantenía la cordura, pese a aquel sentimiento que me hacía retroceder con ojos cerrados, presionándolos con la inocente esperanza de hacer desaparecer aquello que me perseguía. Pero el susodicho parecía no creer ni seguir ninguno de aquellos albores y remembranzas de la niñes, él también había crecido. La puerta principal de mi casa se abrió lentamente, el sonido golpeó mi pecho con rapidez. Al principio pensé que era un animal que había entrado a mi morada, sus pasos eran pequeños, pero cada vez aquel animal crecía y los golpes contra la tablilla eran más fuertes, las pisadas aumentaban de tamaño. Cuando subía por las escaleras ya debía tener la medida de un oso, a su vez, también incrementaba desbocadamente un miedo en mí que me dejaba atónito, sin brío para escapar, pues sólo tenía una pequeña ventana en mi habitación por la cual entraba un constante viento invernal que helaba minuciosamente todo mi cuerpo; entumecido por el clima gélido, sólo mi mente trabajaba en ese instante.

Ahora era la puerta de mi habitación la que se desplegaba. Yo tenía los ojos abiertos, pude dar cuenta de ello cuando vislumbré un orbe bajo el umbral que comenzaba a reverberar, pero no era capaz de cerciorarme de qué era, sólo me quedaba el hacer conjeturas a tientas. Tras un par de segundos, el resplandor fue adoptando la forma de un cuchillo que como yo, también flotaba en medio de aquella nada. Mi mente y mi corazón fueron unidos por un terror que se adentraba frenéticamente en mi ser y que a su vez carcomía mi raciocinio. Macilento y engullido por el penetrante horror, no resistía más la sensación, fue cuando, despierto, forcé el interruptor y abrí de verdad los ojos.

Curiosidad En La Carretera Y Otros RelatosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora