2. Escape de la tierra

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Mis compañeros me llamaban "el gato" por mis muchas mascotas

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Mis compañeros me llamaban "el gato" por mis muchas mascotas. Ellos tenían un plan, el más secreto y horrible que se pudo planear jamás: huir del planeta dejando en ruinas al mundo entero.

Los recursos ya no eran suficientes, el planeta se encontraba a un paso del colapso total y todo gracias a nosotros mismos. Las personas líderes en el mundo habían decidido rendirse sin más luchas, pero claro que no iban a perecer como todos los demás. Durante años, las 100 personas más ricas del planeta financiaron la construcción de una nave para el escape de la tierra; esta, viajaría más rápido que la luz y tendría suficientes provisiones para ellos y sus familiares más cercanos.

En un acto de humanidad cuestionable se decidió lanzar un gas venenoso para terminar con el sufrimiento de la humanidad, terminar por completo la vida del planeta. Las personas que debían sobrevivir estarían resguardadas y listas para partir.

Yo era uno de los invitados a la partida, pero claro que sin mis gatos ¿qué clase de dueño abandonaría a sus mascotas para morir? En el nuevo planeta no habría gatos y eso no era algo que iba a permitirme. Ya estaba resguardado; sin embargo, un par de horas antes de partir decidí irme. No me iría como un cobarde, moriría junto con el resto de los humanos aún dignos de llamarse así y por supuesto, con mis mascotas.

Pero las cosas salieron mal el llamado "Día Zero". Alguien se había enterado del plan y decidió que si la humanidad habría de morir, lo harían todos juntos. El hombre asesinó a todos los resguardados y luego se suicidó, o al menos eso decía su carta de despedida.

Me salvé, por poco que esos locos me llevan consigo. Pensé que sería el último hombre sobre la tierra, hasta que me enteré de las cuevas de cinabrio: en ellas se encontraban los que el parecer eran los últimos supervivientes del planeta. Fue entonces que me decidí a buscarlos y llevarlos conmigo a un nuevo mundo.

Tardé mucho tiempo: aprendiendo a usar esa nave, buscando supervivientes por todo los rincones y adaptando un espacio para mis gatos. Cuando todo estuvo listo fui por los supervivientes. Ellos estaban desconcertados, pero no en posición como para rechazar mi ayuda, corrieron conmigo apenas aparecí.

Ninguno tenía ropa ¡Ah no, me equivoco! Dos de ellos tenían un sombrero, el que usaba el hombre pelirrojo era especialmente bello, además llevaban consigo varios de ellos. No pudimos intercambiar palabras hasta que subimos a la nave.

—¿Cuál es su nombre señor? —preguntó la rubia del sombrero.

—Soy Cheshire.

—Señor Cheshire ¿Qué camino debemos tomar ahora?

—Depende de a dónde queramos ir.

—No importa mucho el lugar, cualquiera que no sea este.

—Entonces no importa mucho que camino escojas. Vamos a llegar a un lugar, si tripulamos lo suficiente.

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Había una vez una Alicia sin país ni maravillas ✅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora