—¿Me llevas ya a casa? —la noche era oscura con las estrellas brillando y la luz de la luna iluminando cada centímetro de nuestros rostros, el frío se impregnaba en cada poro de nuestras pieles, ninguno estaba decidido a interrumpir tanta tranquilidad y paz pero ambos debíamos regresar a casa.
—¿Segura? —asentí, en un movimiento y sin expresión en la mirada bajamos de la rama del gran roble sobre el que estábamos.
Abrí la puerta trasera del auto adentrándome en el, en espera de su presencia frente al volante, tomó las llaves y en un instante encendió el motor, prendió la calefacción y en un par de minutos los vidrios comenzaron a empañarse.
El ruido del motor resonó a la vez que un impulso hizo hacerme hacia atrás, el aumento de la velocidad sobre la carretera mareó por unos cuantos segundos mi juicio, con una inhalación me convencí de que no me dejaría morir en un intento por tranquilizarme.
No tenía audífonos y mucho menos había una radio en el tablero para poder entretener un camino mediano hasta mi hogar, hacer figuras en los vidrios fue el último recurso.
Dejé que las luces de los autos cegaran mi vista sin objeción, estacionó frente a la puerta de mi edificio, apagó el motor y dejamos que el silencio nos envolviera unos cuantos minutos.
Sacó de la guantera su cajetilla de cigarrilos, tomó el encendedor y salió del automóvil, copié su última acción colocando mi cuerpo a su lado, el humo del tabaco inundó mis fosas nasales aspirando dulcemente el olor de la nicotina.
—Mañana paso por ti —el grisáceo humo salió de sus labios a la par de sus palabras—. ¿Está bien?
—Nos vemos mañana Ben —elevé las puntas de mis pies intentando dejar un beso en su mejilla, tontamente mi logro llegó hasta su mandíbula, esbozó una amplia sonrisa burlesca, tomó entre sus dedos mi maxilar inferior aplastando mis cachetes y con el calor de su aliento plantó la marca de sus labios.
—Descansa —respondió.
Sonreí de lado acomodando mis manos dentro de la sudadera, emprendí los pasos al portón abriéndose con tan solo tocar el timbre 08, la corriente fría que atravesaba escaleras y pasillos erizaba los pequeños vellos de mi piel.
Toqué tres veces la puerta blanca con un 08 dorado en el segundo piso, pisadas por dentro se escuchaban acercándose constantemente, el picaporte giró y la puerta abrió.
—¿Y tus llaves?
—Las olvidé —musité evitando cruzar miradas.
—Es la última vez o verás —sentenció dejando el claro dominio sobre el departamento.
Mordí mi labio esperando el amargo sabor en el paladar, la castaña giró sobre sus talones regresando a su habitación, cerré la puerta tras de mí prosiguiendo el paso hasta mi puerta.
Tiré del colchón las arrugadas sábanas, con la almohada retiré pequeños rastros de tierra y polvo, cada uno de mis huesos cayó en la superficie acolchonada, retiré los pesados tenis y acomodé una de las sábanas sobre mí, con las luces apagadas encendí la pantalla del celular yéndome al reloj para programar la alarma del día siguiente.
• • •
Los múltiples choques sobre el cristal me sobresaltaron olvidando el relajante sueño que había tomado hace unas cuantas horas, bajé de aquella adorada cama para mirar tan bella escena presente. Cada granizo caía sin control pintando poco a poco la calle en un opaco blanco.
Regresé la vista al desastre que había por detrás, ropa sucia, cuadernos tirados y muebles empolvados, un cansado suspiro salió de tan sólo pensar lo que tardaré en arreglar y limpiar.
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Otra estúpida que se enamoró del chico malo PAUSADA
Novela JuvenilSe conocieron como el acostumbrado cliché, pero nunca se imaginaron que seguirlo los llevaría a algo más. Esta es la peculiar historia de un cliché que se hizo realidad.