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Así fue como un día había soñado verlo a Lucas de nuevo, pintando en el centro del Parque Seminario al final del semestre, entrando marzo del nuevo año. Así mismo dos días después apareció revelándome una imagen desgastada, totalmente tergiversada de la esencia del hombre que conocí. Ya no llevaba los deportivos blancos ni sus elegantes trajes de cachemira inglés de los que gozaba lucir con avidez, en cambio en esa visión pude notar a un individuo del cual el arte había escapado, el encanto ni se diga, volaba a leguas desde él, pero su talento persistía, no se iba, incluso pude ver que aquella vez pintaba con oleos de colores y ya no más con el sucio carboncillo o las acuarelas en negro y blanco. A pesar de todo, aún al verlo así, no dejé ni un momento de quererle porque a pesar de convertirse en un ser desengañado y vil para todos los demás mortales, él continuaba siendo el Lucas artístico, enigmático del que me había enamorado con amor de joven, con amor inocente y puro, con ese tipo de cariño sincero con el que te entregas a tu primer amor. ¿Podría ser posible? Claro que no, María. En la juventud se piensan tantas cosas, se creen muchas sandeces, para luego terminar con la desilusión tomándose tú ser, tal como sucedió conmigo.

Fui a verlo, esperando que me recordase, que no haya escapado de su memoria los besos que nos habíamos dado, las caricias que nos tomaron a ambos al descuido o al menos la grata amistad. ¿Qué hubieses hecho tú en mi lugar, María?

Me presenté ante él nuevamente con la excusa de que me pinte, sin embargo, esa vez perdí el miedo, me atreví a verle pálido y ojeroso, purgué mis faltas al realizarlo tan miserable, ya no mantenía el semblante sereno, más bien, era inexpresivo, frívolo e indolente ante lo que sea. Pero lo que me consoló fue verle ese brillo en los ojos al verme y el abrazo que me otorgó sin pedirme permiso alguno, lo escuchaba respirar mientras me mantenía en el mayor confort al sentirlo conmigo después de tanto tiempo separados, su pecho latía a sobremanera, dejándolo vulnerable ante mi persona que solo había venido buscando cobre y terminó encontrando oro, tal como Cristóbal Colón en el descubrimiento triunfal de América.

― Amiga mía, no pensé que vendrías.

― Te vi desde la ventana, quise pasar a saludar.

Fui franca con él, pues de la emoción ni pensé en decir algo más.

Quiero anticiparte que desde ese momento el fiasco de amor que solíamos tener empezó. Un amor enfermizo, tóxico, posesivo e hilarante del que me cuesta describir sin lágrimas en los ojos. Pues bien, aquel día empezamos la travesía que indicaba navegar entre sentimientos comunes, los cuales parecían ser más míos que de él.

Esa misma tarde luego de llegar de clases, me pintó con contento, pues a pesar de su desgraciado aspecto, solo me sonreía a mí, no lo hacía a nadie más, solo a mí, las otras mujeres no lograban captar atención alguna, logrando sentirme dichosa. Aquella tarde, lloré cuando me entregó mi retrato hecho a oleos en escalas de colores tierra: amarillo, café, naranja, blanco que se reflejaban con las luminarias a las siete y media de noche. Mujeres paseaban con sus pequeños por el parque, hombres de traje entraban a los hoteles del alrededor mientras que el tráfico vehicular se colapsaba. Nos habíamos sentado en la glorieta principal, de lado del monumento a Simón Bolívar. Sentados comíamos unos cuantos chocolates, mientras conversábamos sobre la vida y nuestras últimas andanzas. Cuando me quité la pena y vergüenza le cuestioné a donde se había ido por tanto tiempo, tuve temor de su respuesta pues duró en darla, avivando aún más mi incertidumbre.

― Estuve en casa.

― ¿Todo ese tiempo?

― Si, todo ese tiempo ―afirmó.

Aunque tonta e ingenua aún, sabía que aquello sería imposible. Entonces la garúa hizo de las suyas, me despedí de él a la fuerza, pues claro está que mi tiempo con él era tan efímero como limitado por cualquiera que fuese la circunstancia.

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⏰ Última actualización: Apr 09, 2020 ⏰

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