Capítulo 1: Lu

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Un bicho raro sin amigos al que le encanta leer y escribir como refugio de las risas y miradas de una sociedad oprimida que no entiende lo diferente, esa soy yo. La chica triste de dieciséis años que a veces siente que ya ha vivido lo suficiente.

Mi nombre es Lucille, Lucille Miller, pero todo el mundo me llama "Lu". Nací en un pequeño pueblo al norte de Inglaterra y desde entonces la lectura ha sido mi salvavidas. Me paso el día deseando acabar las clases para llegar a casa y adentrarme en las aventuras y fantasías de mis personajes literarios favoritos, para poder olvidarme por unos minutos de lo cruel que es el mundo con algunas personas.

No creo en la amistad, ni en el amor, ni en cualquier relación afectiva entre dos personas. Cuando era más pequeña tenía una amiga, Rachel se llamaba. Íbamos a jugar al parque juntas y a la piscina los fines de semana, pero fuimos creciendo y ella empezó a interesarse por las fiestas, los chicos y la ropa, supongo que lo normal en cualquier chica de mi edad.

Al final acabó separándose de mí y se fue con el grupo popular del colegio. Desde entonces no he vuelto a recibir una palabra agradable de su boca. Hace tres años fue difundiendo rumores sobre mí por el recreo, cosas como que me dejaba tocar por cualquier chico que me lo pidiera en los baños del instituto. Fue horrible, cuando alguien pasaba a mi lado se me quedaba mirando asqueado y yo solo tenía ganas de cerrar los ojos y correr, correr hasta que las piernas me temblaran y cayeran al suelo fatigadas.

Esa es Rachel, una persona con la que compartí lágrimas de felicidad y que hoy las ha convertido en tristeza e inseguridad. Mi mejor amiga convertida en mi verdugo. Siempre buscando mis debilidades para hacerse más fuerte. Ha conseguido que deje de mirar a los ojos a las personas por miedo a que recuerden esos rumores y vuelvan a reírse de mí. Los complejos han cubierto mi cuerpo poco a poco, como si de un tatuaje se tratase, solo que éste me ha salido bastante más barato. Hasta de mi propio reflejo tengo miedo, ya que soy incapaz de mirarme en un espejo sin alejarme un metro de él y entrecerrar los ojos, para evitar así ver con claridad mi rostro.

Y luego están mis padres, Michael y Glenda, otro ejemplo de relación afectiva fracasada. Hace unos meses se divorciaron, algo de lo que tristemente me alegré. Mi padre le puso los cuernos a mi madre y aunque ella le dio una segunda oportunidad, siempre estaban llevándose la contraria, buscando la mínima excusa para hacerse daño el uno al otro. Gritos, peleas e insultos empapelaban las paredes de nuestro hogar, si es que se le puede llamar así. Era algo tóxico y venenoso que irónicamente me había dado la vida a mí.

Mi padre decidió irse a vivir a España con la mujer por la que había sustituido a mi madre, la que se había cargado una familia entera sin pestañear. Así que viendo imposible compartir la custodia, tuvieron que pelear por ella. Tras una dura batalla que duró semanas mi madre la consiguió y bueno, mañana me mudo con ella a un nuevo pueblo del condado de Cheshire, al oeste de Inglaterra.

Allí comenzaré de cero.

Cuando escuché tu vozDonde viven las historias. Descúbrelo ahora