Capítulo 4: Primer día de instituto

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La alarma de mi móvil interrumpe el profundo sueño en el que estoy sumida y tras apagarla me pongo en pie como un zombie y me dirijo hacia el baño. Justo cuando he pasado el umbral de la puerta vuelve a sonar la alarma otra vez. ¡Cierto! se me había olvidado que la había puesto en modo repetición cada 5 minutos por si tenía la tentación de quedarme dormida el primer día de clase.

Vuelvo a la habitación y abro el armario. Me paso como 10 minutos literales mirando embobada la ropa. Solo pienso en que debo causar buena impresión el primer día de clase. No quiero ir en chándal, pero tampoco como si fuera a un desfile de moda. Al final me decido por unos pantalones negros pitillo y una blusa blanca con volantes en las mangas.

<<Esto estará bien>>, pienso.

Nunca suelo maquillarme, mi tono de piel es moreno y por suerte no hay espinillas ni manchas en mi rostro. Aún así, eso no impide que me cueste tanto verme reflejada en un espejo. Detesto mi físico de arriba a abajo, no tengo mucho pecho y para colmo mi culo es demasiado grande para lo bajita que soy. Lo único que me gusta de mí es mi pelo castaño, tan liso y suave que nunca he necesitado unas planchas para arreglármelo.

Bajo a la cocina a desayunar o a fingir que desayuno, porque los nervios empiezan a crecer con fuerza en mi interior y acaban devorando el poco hambre que tenía al levantarme. Encuentro a mi madre lavando su taza de café.

-Mamá - digo preocupada mientras cojo una galleta de la mesa- ¿me llevas tú verdad?

-Sí, pero no te acostumbres que en cuanto encuentre trabajo tendrás que ir en bus.

-Vale, no te preocupes, ya me las apañaré -sonrío.

En mi antiguo pueblo pillaba todo muy cerca e iba andando a todas partes sin problema. Aunque Holmes Chapel también es pequeño, vivimos en una zona un poco alejada del centro y hay por lo menos cuatro kilómetros hasta el instituto. Son las siete y media de la mañana y lo último que quiero es andar 40 minutos hasta mi destino. Además es noviembre, hace un frío que pela y la temperatura a estas horas no debe superar ni los 5ºC.

-¿Estás ya lista? -pregunta mi madre mirando el reloj de Daniel Wellington que le regalé hace 2 años por su cumpleaños. Me gasté todos mis ahorros en él y por suerte mi padre me ayudó a pagarlo. Además, la correa de color rosa está personalizada, pues grabamos la inicial de su nombre en ella.

-Sí -digo dejando con asco la mitad de la galleta en la mesa.

-Pues vámonos, que tengo que parar en una gasolinera porque el coche que he alquilado esta mañana ha venido con el depósito prácticamente vacío -me dice mientras coge las llaves de la encimera.

Cojo la mochila que la tengo en la entrada y salimos. Ya puedo ver el camino despejado. Los obreros han terminado y han dejado un bonito paseo de piedras incrustadas en el cemento. Llego hasta el coche, aunque no sé mucho de marcas creo que es un Volkswagen, pero ni idea del modelo. Subo y dejo la mochila entre las piernas.

Durante los pocos minutos que dura el trayecto, apenas diez, me dedico a pensar en cómo debo cambiar para poder encajar.

<<Nada de acobardarse. Cuando te pregunten de dónde vienes, te acercas y te presentas, no te escondas, no te ruborices, conversa, finge que te ríes de los chistes aunque no te hagan una pizca de gracia y busca algún grupo de chicas con las que ir, de esas a las que todos se quedan mirando perplejos cuando pasan a su lado. Cambia Lu, cambia y deja de ser la chica tímida que se esconde cabizbaja entre la melena castaña>>.

-Hemos llegado -dice mi madre mientras enciende las luces de emergencia y se desvía a un lado de la carretera. A la derecha veo un enorme edificio de ladrillo rojo con un reloj en lo alto.

Cuando escuché tu vozDonde viven las historias. Descúbrelo ahora