Las gotas arañaban el cristal del ventanal de un ático. El cielo lloraba lágrimas dulces en un amargo día de febrero. Las luces parpadeaban como signo de invitación a la noche que se avecinaba. El interior del alma que rondaba en aquel ático también lloraba en silencio. No quedaba casi nadie en la calle y las pocas almas perdidas que aún permanecían intentaban buscar cobijo bajo un portal en el cual poder refugiarse de la lluvia. Aquella alma solitaria de aquel ático contemplaba fríamente lo que su vista le permitía alcanzar tras el ventanal. Deseaba salir de allí y poder mojarse, sentir los suaves arañazos que producían las gotas al entrar en contacto con su piel. Sin embargo no sabía de dónde quería salir exactamente, si de aquel viejo ático que alcanzaba lo más alto de la ciudad, o del pequeño cuarto lleno de polvo y oscuridad que albergaba su cabeza.