Un silencio abismal era lo único que se sentía en aquella habitación de cuatro paredes. La chica mantenía una expresión nerviosa en el rostro y el muchacho ni siquiera parecía tener uno.
—Eh... ¿Estás bien?
La cara del joven estaba llena de moretones e hinchazones que parecían doler con el más mínimo tacto. No parecía estar bien.
—Sí... —dijo sin mirarla.
Se había tomado su tiempo para responder, así que la tensa atmósfera seguía allí. Otros eternos segundos pasaron antes de que la chica se atreviera a romper el silencio de nuevo.
—Esto... Mi padre ya dijo mi nombre, ¿y el tuyo...?
El joven se lo pensó. El orgullo fue lo único que le impidió presentarse antes, pero solo fue hacia el padre de la muchacha, quien le había dado una paliza. Aquel hombre se había ido, ya no tenía razones para ocultarlo.
—Hakuji —dijo al fin.
La pelinegra no esperaba que él realmente fuera a darle una respuesta. Movió sus manos de forma nerviosa.
—Mucho gusto, Hakuji-san —murmuró de inmediato y sin fijarse en lo que decía—. Soy Koyuki.
El chico lo miró perplejo.
—Sí, eso ya lo sé —murmuró, mientras una gota de sudor bajaba por su rostro.
—¡Cough, cough! —la joven trató de retener su tos, inútilmente— ¡Cough!
El pelinegro levantó el torso de ella con cuidado para que Koyuki pasara de estar tumbada a sentada. Aquello fue para que ella pudiera respirar mejor y calmar su ataque de tos.
—Ah... —suspiró, cuando finalmente terminó su tortura—. Lo siento...
Hakuji hizo una mueca amarga. No parecía triste, ni enfadado. Tal vez fuera disgusto, pero no se paró a pensar en ello. Aún así, tampoco dijo nada.
Agarró el trapo húmedo que se hallaba tirado en el suelo. Segundos atrás, aquel paño reposó sobre la frente de la joven para intentar bajar su temperatura corporal, pero, cuando el cuerpo de ella comenzó sacudirse, el paño cayó al suelo.
Se remangó los brazos para remojar el trapo en el cubo de madera, lleno de agua, que tenía cerca. Al llevar acabo la acción, tres líneas horizontales en cada uno de sus brazos fueron descubiertos. Al él no le importó, tras años portando aquellas marcas lo raro hubiese sido no verlas. Sin embargo, aquellos dibujos eran algo que siempre le llamó la atención a la joven de ojos rosados.
Ella siempre las veía. Hakuji se remangaba los brazos a menudo, de hecho, lo tenía como costumbre, pero nunca había tocado el tema. Y ella tampoco.
—¿Sucede algo? —preguntó él.
—No, nada...
Hakuji tenía que sacrificar su tiempo para cuidarla, hacer las tareas por su cuenta y soportar el ruido que hacia al toser. Estaba angustiada, no quería incomodarlo.
—¿De verdad no hay nada que te moleste?
No usó ningún tono en particular. Fue casual y simple, directo y sin complicaciones. Colocó el paño sobre la frente de la joven de nuevo y quedó sentado a su lado, esperando una respuesta.
—Lo siento... —fue lo único que pudo decir, con un rostro desanimado.
Hakuji la miró unos segundos más y apartó la mirada, apoyando la mandíbula sobre su mano.
—Sois todos iguales —susurró.
—¿Eh?
—Nada —pronunció, antes de levantarse.
El joven de ojos azules caminó lentamente hacia el cubo de madera y se agachó para cogerlo.
—Iré a cambiar el agua, volveré enseguida —Koyuki asintió.
No le tomó mucho tiempo, pues el pozo de agua estaba bastante cerca. Sin embargo, el líquido terminó desparramado en el suelo cuando volvió a la habitación.
—¡Cough, cough! ¡Cough! —un ataque más fuerte que el anterior—. ¡Cough, cough!
Koyuki tapaba su boca con una mano mientras que, con la otra, presionaba su pecho adolorido. Su rostro estaba rojo por la falta de aire y casi se podían ver lágrimas salir de sus ojos. Hakuji acudió a su ayuda, rodeó los hombros de la chica con su brazo derecho e hizo que se apoyara en su cuerpo para que no hiciera fuerza. Cuando la respiración de la joven se tranquilizó, el pelinegro le pasó un recipiente con agua.
—¿Estás bien?
—Sí... —murmuró, dejando el envase de lado—. Lo siento.
—¿Por qué te disculpas?
—Por ser una molestia.
El chico frunció levemente el ceño y apartó la mirada.
—Realmente todos sois iguales.
Koyuki dirigió sus ojos rosados, aún con lágrimas en ellos, hacia el muchacho, sin comprender y con clara preocupación. Aún seguía apoyada en él.
—¿Dije... algo malo? —aventuró, sintiendo un nudo en su garganta, pecho y estómago.
—No, no realmente, es que...
No encontraba las palabras adecuadas. Terminó por hacer gestos de descontento y, tras acomodar a la joven en su cama, pasó la mano por su cabello, frustrado.
No podía expresar sus pensamientos. Además, Hakuji sabía que si lo dejaba así, la conciencia de Koyuki la iba a hacer sentir mal. Él sabía que Koyuki iba a pensar que todo era culpa suya.
Dirigió su mirada al suelo, ocultando su rostro.
—¿Por qué aquellos con cuerpos débiles no hacen más que disculparse? —murmuró al fin.
Koyuki lo entendió mal.
—Sí, sé que soy un estorbo —lamentó—. Lo siento.
—¡No es eso!
Enfado, generado por la frustración. Frustración, por su incapacidad para entenderse con ella.
—¡No te disculpes! ¡No tiene sentido! ¡No podéis respirar bien y el cuerpo solo os duele! —exclamó, desahogándose—. ¡Vosotros sufrís más que cualquier otro, sois quienes más desean vivir una vida normal! ¡Por eso, no digas "lo siento" como si fuera tu culpa! ¡Agh!
Hakuji se rascó la cabeza con fuerza, con más que antes. Sentía que había soltado mucho peso en muy poco tiempo. Pero no pudo pararse a pensar en ello, pues enseguida escuchó unos sollozos viniendo de la pelinegra.
«Ah, mierda» pensó.
—Lo siento, no debí levantar la voz.
—No, gracias —dijo ella, secándose las lágrimas—. Hakuji-san, ¿podrías contarme cómo obtuviste esos tatuajes?
ESTÁS LEYENDO
Sin Futuro [Kimetsu no Yaiba]
FanfictionSiempre hay algo que nos limita la vida. Ya sean las marcas del pasado o una enfermedad que nos consume día tras día. Algunos ni siquiera piensan en un mañana o en un año nuevo. Por eso, deben ser los demás los que les recuerden que algo así aún e...