El descubrimiento

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Era un día más en mi vida, mi mamá y yo habíamos ido a casa de mi abuela.

Había habido un típico problema familiar y, ahí estaba yo, hundida en mis pensamientos mientras mi familia pasaba de tener una conversación neutral a una auténtica discusión.

Soy de ese grupo de personas que gusta de lavar platos así que fue mi excusa perfecta para salir de la tensión. Los encontré acumulados en el fregadero, la cocina se veía muy clara porque afuera, la mañana, estaba reluciente.

Mientras lavaba los platos no dejaba de pensar en lo reluciente que estaba el día, no pude evitar mirar por la ventana y el cielo azul era, en serio, tan azul que mi mirada se quedó vagando ahí por un rato mientras mis manos seguían enjabonadas.

Es que era una mañana que prometía un día caluroso pero el ambiente estaba tan bien, tan fresco, tan perfecto para el momento.

Seguí curioseando el horizonte, empecé sentir que había algo extraño.

Mi mirada siguió en el cielo, mi cuerpo se detuvo y mi corazón a su vez casí lo hace, casi me da un infarto.

Era un mini planeta parecido a Júpiter. Sabía que estaba a una distancia considerable pero ¡Se estaba moviendo! Venía en mi dirección, como por encima de la casa. No venía rápido pero tampoco lento.

Tuve miedo de moverme de ahí, pensé que estaba cayendo y que era cuestión de segundos escuchar la explosión. No podría correr lo suficiente para alejarme de él, alertando a mi familia en el camino, y salir viva.

Con suerte quizá sólo se llevaría el techo de la casa en su trayecto.

Aún sin poder moverme, seguí mirando y el cielo estaba ahí, muy azul, completamente lleno de pequeños cuerpos celestes como el que estaba pasando por encima de mí.


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