XII

7 2 0
                                    

Al notar que no hubo ninguna actualización en sus redes sociales por dos días, Pablo decidió llamar a su novia. A veces sucedía que dejaban de hablar un par de días debido a que ambos estaban muy enfocados en sus vidas laborales. Dos días sin señales de ninguna clase, no obstante, le resultaron preocupantes.

—Hola —habló Claudia del otro lado de la línea.

—¿Qué pasa que no tuviste actividad por dos días en tus redes sociales?

Claudia vaciló antes de responder:

—¿Cómo sabés que no tuve actividad?

—Porque te compartí memes y no reaccionaste —explicó contundentemente.

Claudia suspiró.

—Estoy muy enferma. Me intoxiqué con la comida de un restaurante donde tuve una reunión de trabajo.

Pablo creyó que se le detuvo el corazón.

—¿Estuviste descompuesta y no me llamaste? —cuestionó incrédulo—. Ya mismo voy para tu casa.

Claudia se sintió culpable por haber hecho que Pablo se moviera de su casa. Él estaba muy ocupado preparando un proyecto para su trabajo. Era muy importante que hiciera buena letra, ya que estaba compitiendo con otro compañero por un ascenso, consecuencia de la jubilación inminente de otro colega.

Claudia, tan celosa de su tiempo a causa de sus aspiraciones profesionales, consideraba una enorme molestia los imponderables como el de su salud. Debía hacer todo lo posible para no preocupar a Pablo y persuadirlo de volver pronto a su casa. Otro temor suyo era pasarle su virus y arruinar de forma definitiva la oportunidad de su novio.

Mientras seguía cavilando, el timbre de su departamento sonó. Todavía se sentía muy débil, pero logró levantarse y abrir la puerta. Apenas lo hizo, Pablo la alzó en sus brazos, como si fueran una pareja de novios saliendo de la iglesia.

—Cómo pudiste hacer preocupar a tu novio así —la retó dulcemente y dejó un beso en la punta de su nariz.

Claudia, todavía asombrada de que su novio la alzara con tanta facilidad, se aferró a sus hombros.

—Estoy bien —aseguró sin mucha convicción—. Ya podés irte.

Pablo rio y la besó de nuevo. Esta vez en la frente. Con cuidado, ingresó en su habitación y la depositó en su cama.

—¿Llamaste al menos a un médico? — consultó con tono paternal—. ¿Estás tomando algún medicamento?

—Por supuesto que sí. Por eso dije que podés irte tranquilo. Estoy bien.

Pablo asintió y se dio cuenta de que sobre la mesita de luz Claudia tenía las recetas médicas. Acarició su pelo y leyó en silencio las indicaciones del médico para estar al tanto de su condición.

—¿Comiste? ¿Querés que te prepare algo?

—No tengo hambre —admitió su novia y se acomodó en su pecho, contenta por su consideración.

—Sé que sos una mujer independiente y que te gusta hacer todo por tu cuenta. Pero cuando pase de nuevo algo así, ¿podrías llamarme? Por lo menos podría tener la gentileza de limpiar tu vómito.

Claudia rio débilmente.

—Disculpame. No quería preocuparte.

—Para eso soy tu novio. Para preocuparme —aseguró y dejó un tierno beso en sus labios —. Sé que estás acostumbrada a llevar una vida sacrificada y que podés arreglártelas sola, pero un día vas a conocer a un hombre que va a querer pasar el resto de su vida con vos. Que va a querer tener hijos con vos. Y que va a querer criarlos con vos. Pero para que suceda eso, primero vas a tener que permitirle que se preocupe por vos y te consienta un poco.

—Es difícil pensar que tal hombre exista... —aseguró Claudia con pesimismo.

—Yo creo que está más cerca de lo que pensás. Incluso que ya lo conociste - replicó y la observó con complicidad.

Claudia sonrió y lo besó.

—¿Y por qué yo?

—Bueno, francamente, no eras mi tipo. O sea, sos muy gentil e independiente para todo. Y yo soy un hombre muy inseguro, que prefería a las mujeres extrovertidas. ¿Sabés por qué? —Claudia meneó la cabeza—. Cuando estuve con ellas siempre me hacían sentir bien conmigo mismo. "Tenés suerte salir conmigo", "Gracias a mí, tus amigos te envidian", "Quién pudiera presumir una novia como yo". Me elegían la ropa, siempre sabían la respuesta para todo, planificaban las mejores salidas... Toda la confianza que me transmitían siempre residía en tenerlas. Pero, estando con vos, por fin pude sentirme bien solo siendo yo mismo. Como cuando te conté mis defectos, mis tristes historias de amor o lo frustrado que me sentía en el trabajo. Y me ayudaste a valorarme mucho más sin hacer que esa validación dependa tanto del exterior... Eso es lo que más me gusta de vos.

—¿Y no soy intimidante? —consultó Claudia ilusionada.

—Sos muy intimidante —respondió Pablo con sinceridad—. Pero también sos cálida y afectuosa. No sé, me gustás —confesó—. Incluso quiero presumirte con mi familia. Mi mamá dice que conocí a la mujer indicada porque me veo mucho mejor y también me va mejor en el trabajo. Tiene muchas ganas de conocerte.

—¿Ya le habías presentado a otras novias?

—Novias con las que haya ido en serio, en serio no.

Claudia volvió a sonreír y a besarlo.

—Todavía no me creo lo felices que somos. Siento que todo esto es mentira, como un sueño. Y, sin embargo, no quiero despertarme. Tampoco quiero que me despierten.

La trampa de las sombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora