Capítulo 1.

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El joven, que aún no salía de su impresión, volvió a ver la invitación que tenía enfrente una vez más.

—¿Me están jodiendo?

Su compañero de departamento, un chico gordo y con un poco de acné, le quitó la invitación de la mano.

—Yo creo que sí. No les prestes mucha importancia, Axel, no debes dejar que te afecte.

—No es que me afecte —se defendió, poniendo una posición recta—, es solo que aún no salgo de la impresión.

—Definitivamente lo hacen para molestarte, no encuentro otro motivo más.

—Estúpida gente sin consideración —apretó los puños—, todavía que hacen su descaro, tienen la «gentileza» de invitarme.

—¿Irás?

—¡¿Qué?! Por supuesto que no. —Se cruzó de brazos.

—Yo digo que vayas, si no vas, les demostrarás que todavía te afecta.

—No es que me afecte —hizo un ademán, repitiendo lo que dijo con anterioridad—, solo no creo que sea lo correcto.

—Tienes que ir. Además el pase dice para dos personas, podrías llevarme a mí.

—¿Y yo para qué te voy a llevar a ti?, ¿quieres que me digan homo, o qué?

—No... Aunque...

—¡Qué asco! —Bromeó Axel interrumpiéndolo, fingiendo meterse el dedo a la boca para vomitar.

—No es por eso. Lo decía porque me gustan las bodas.

—¿Y eso? —Axel alzó una ceja.

—Hay mucha comida y así. —Se excusó—. Sabes que amo la comida. En una boda siempre debe haber una mesa de golosinas, si no, no es boda.

—Hay comida en otros lugares. Y ya se me hizo tarde para ir al trabajo. —Miró el reloj—. Debo irme.

—Antes de que regreses pasa a comprar leche, ¿sí?

—Pero si ayer había dos cajas en el refrigerador.

—Ya me las tomé.

—Mmm, está bien, gordo.

—Gracias.

El chico agarró su maletín y se dispuso a esperar el autobús para ir a su trabajo. A veces sentía un poco de envidia por su amigo, cuyo nombre era Augusto, ya que era diseñador gráfico y la empresa donde laboraba le daba permiso de trabajar en casa hasta que tuviera el proyecto terminado, una vez que cumpliera con ello, lo presentaba y si les gustaba, le encargaban algún otro diseño. Axel, en cambio, muchas veces se aburría en su trabajo; laboraba en una oficina y tenía actividades de Godínez, como se denominaban él y sus compañeros.

Una vez que tomó el autobús, se puso los audífonos para tratar de distraerse, aunque no pudo hacerlo, su mente seguía en aquella invitación para asistir al «hermoso matrimonio» de Virginia Montenegro y Héctor Alegría. Según él, no le afectaba hablar del tema, pero el hecho de que lo invitaran a la boda sin, aparentemente, una mala intención lo ponía muy incómodo.

—Qué hijos de puta —murmuró.

Virginia fue su novia durante casi cuatro años, empezaron siendo pareja en la preparatoria y terminaron casi al finalizar la universidad. Héctor, en cambio, era su mejor amigo de la infancia; se conocían desde que ambos tenían cinco años, época en la que disfrutaban salir a la calle a jugar con tierra o globos de agua con los demás niños de la cuadra. Por eso, cuando se enteró de que Virginia lo engañaba con Héctor, se sintió más traicionado por su «mejor amigo» que por la chica.

Axel: La vida fracasada de un Godínez © |Completa|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora