Capítulo 3

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El viaje de vuelta a casa en taxi está envuelto en un vaivén de pensamientos, adornados por la voz de Megan recriminándome la encerrona en la discoteca y la música que el taxista había decidido que era buena para ambientar una noche así.

No puedo sacarme de la cabeza al estúpido adonis. Será idiota. No me puedo creer que aún existan tíos así. Pero lo más increíble de todo esto, es que no es la primera vez que me dejo llevar con alguien como él. Empiezo a pensar que el problema lo tengo yo. ¿Es que soy incapaz de fijarme en un buen tío por una vez? Que siempre tienen que ser idiotas...

—¿Me estás escuchando? —pregunta Megan a mi lado.

—Que sí. Que soy muy mala amiga por querer que estés con alguien mejor que tu novio —respondo observando las farolas pasar a través de la ventanilla.

—Ya estamos otra vez. No entiendo qué problema tienes con él. Es bueno conmigo y me hace feliz. ¿Es que no es suficiente?

«No», respondo en mi cabeza. Está idiotizada por el amor que siente por su novio y es incapaz de ver la verdad, aunque se la señales. Pero no quiero discutir. Esta noche no. Ya me he llevado un batacazo y no quiero terminar discutiendo con mi mejor amiga, así que me callo y damos el asunto por zanjado.

Cinco minutos después, el taxi para en la puerta de mi edificio y me bajo de él. Me recibe el frío de la noche, pero no me importa, me viene bien para despejarme.

—Buenas noches, cumpleañera —se despide Megan con una sonrisa, sacando medio cuerpo por la ventanilla bajada del taxi y me envuelve entre sus brazos—. Te quiero. Aunque odies a mi novio.

—Eso lo piensas porque estás borracha —respondo riéndome—. Buena suerte en los exámenes —le deseo, aunque sé que no le hace falta. Se pasa todo el tiempo que puede estudiando. Es más, desde que entró en la universidad casi no nos vemos, pero no la puedo culpar, tal y como yo he estado haciendo estos años, ella está trabajando por su futuro y estoy muy orgullosa de ella. ¿Quién le iba a decir que viniendo de un mal barrio y una escuela más bien mediocre estaría estudiando una carrera de verdad, y no como el resto de nosotros, buscándonos la vida para conseguir algo de dinero con el que ir tirando? Aunque yo tampoco me puedo quejar. Estoy a punto de cumplir mi sueño.

En cuanto me suelta, el impaciente taxista pone el coche en marcha y veo cómo se aleja calle abajo con el cuerpo de mi amiga aun sobresaliendo del vehículo.

—¡Nos vemos en dos semanas en tu despedida! —grita antes de desvanecerse por la esquina.

En cuanto desaparecen de la calle el silencio nocturno me envuelve por completo. Son casi las tres de la madrugada y no hay ni un alma fuera de casa, lo que hace que la noche mejore un poco. Me encanta el silencio que hay a estas horas en la ciudad. Aunque mi barrio no sea muy céntrico, el sonido de los coches y la gente ajetreada yendo de un lado para otro llega a todas partes, eliminando el silencio y la paz de cualquier lugar cercano. Me permito unos minutos disfrutando de esta tranquilidad antes de entrar en mi minúsculo apartamento. Cierro los ojos y respiro profundamente, permitiendo que el frío entre en mi interior y expulse lo malo de la noche. He visto a Megan y hemos bailado y celebrado mi cumpleños. Eso es con lo que me quedo.

Envuelta en esas buenas y mejoradas energías, entro en el edificio y subo los seis tramos de escaleras que me separan de mi planta. Enciendo la luz y camino por el pasillo hasta la puerta de mi apartamento, feliz por tirarme en la cama y dormir con Kira.

De pronto, noto algo que me hace parar en seco, y esa tranquilidad que había conseguido se evapora más rápido de lo que había llegado. La puerta de mi piso está entreabierta, y a parte de Megan y la señora Benson, soy la única que tiene llave. Y la señora Benson se niega a pisar mi barrio por miedo a que la roben o la maten.

Un escalofrío me recorre la nuca mientras con sigilo acorto la distancia que me queda. Me paro delante de la puerta, tratando de escuchar algo en su interior, pero el único sonido que percibo es el latido de mi propio corazón queriendo salir de mi pecho. Con suavidad empujo la puerta y esta se abre e ilumina el oscuro interior con la luz del pasillo. Hay cosas tiradas por el suelo, pero no hay indicios de gente. Con la misma suavidad con la que he actuado hasta ahora, entro en mi apartamento y cierro la puerta tras de mí.

Enciendo la luz, lo que me permite ver la magnitud del desastre. Pocas cosas quedan en su sitio. Algunas están rotas, y otras, como mi portátil, no están donde lo he dejado al salir de casa. Sin embargo, hay algo que me preocupa más que un simple portátil desaparecido.

Kira —me sale un sonido casi inaudible. Carraspeo y lo vuelvo a intentar—. Kira —repito avanzando por la habitación sin obtener respuesta. Mi preocupación va en aumento a cada segundo que pasa sin obtener señales de vida—. Kira...

No quiero ni pensar en la posibilidad de que haya salido huyendo por la puerta abierta. Nunca ha estado en la calle. No sé cómo podría reaccionar o si sabría manejarse. Me asomo al baño y siento un ligero alivio al comprobar que ha estado libre del saqueo. Sin embargo, no hay señales de Kira ahí tampoco. Empiezo a temer lo peor y lágrimas comienzan a caer por mis mejillas. No puedo perder a Kira. Es lo único que me queda de ella. Lo único que he podido conservar a través del tiempo a parte de la foto. Me acerco a la nevera y compruebo que ni la foto está en su sitio, busco entre las cosas rotas del suelo y la encuentro bajo el dibujo de cumpleaños que me ha hecho Liam. Ambas cosas se encuentran sucias y arrugadas. No puedo evitar que más lágrimas recorran mis mejillas al ver la cara sonriente de mi madre ahora marcada de por vida por esta noche. Me siento sobre el trapo de cocina que hay tirado frente a la pila, sin importarme los platos rotos que me rodean y rompo a llorar.

De repente, un ruido proveniente de uno de los armarios de la cocina me saca del estado en el que estoy. Vuelve a escucharse el sonido, esta vez seguido de una especie de maullido. Lo reconozco de inmediato y corro a liberar a mi gata. Esta, aunque al principio se muestra alterada y arisca, cambia su postura al comprobar que soy yo y no duda en salir del armario y venir a mi encuentro. Yo no tardo en acercarla a mi pecho y abrazarla. Creo que nunca me he alegrado tanto de verla, y podría decirse que es recíproco. Siento que toda esa presión que sentía en mi pecho se disipa al comprobar que Kira está bien.

Con ella ronroneando contra mi pecho y mis brazos sosteniéndola me levanto y me dejo caer sobre la cama. Esta noche ha sido una montaña rusa, y necesito volver a encontrar un poco de serenidad antes de llamar a la policía para denunciar el robo. Sin embargo, el universo aún tiene guardada una última sorpresa para mí.

No han pasado ni dos minutos desde que me he tumbado en la cama cuando noto algo raro en el techo. A simple vista había pasado completamente desapercibido, pero ahora que lo observo detenidamente, noto que hay una pequeña mancha negra en uno de los paneles.

«No, no, no. Por favor, eso no», rezo dejando a una confusa Kira en la cama y me pongo de pie sobre el colchón. Alzo el panel manchado y meto la mano esperando encontrar la bolsa que escondo ahí, pero mis dedos no se topan con nada a su paso y la tristeza da paso al enfado. Furiosa cierro el panel y corro a por mi bolso, tirado sobre el montón de ropa del armario. Rebusco en su interior hasta dar con el móvil. A cada minuto que pasa noto una mezcla entre ira e impotencia crecer en mi interior. Primero la foto en el suelo estropeada, luego Kira encerrada en un armario, y ahora parte de mi dinero ahorrado... Marco el número lo más rápido que mis dedos me lo permiten y le lo llevo a la oreja.

—¿Policía? Quisiera denunciar un robo. 

Hagamos un trato ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora