Capítulo 4

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Camino hasta llegar a la cafetería de la señora Benson y me quedo fuera, observando el movimiento de gente en su interior a través del cristal que cubre toda la pared. Hace tres días del robo, y la policía sigue sin tener información, aunque ya me avisaron que diese las cosas por perdidas, que aunque llegasen a atrapar a los culpables, estos ya se habrían desecho de todo.

A pesar del impacto inicial de lo ocurrido, he cambiado la manera de verlo y ahora me lo tomo más como una señal que como un castigo. Igual tenía que pasar unos días más aquí encontrando la forma de conseguir el dinero antes de perder el local apalabrado. Porque al fin y al cabo es solo eso, unos días más de lo planeado. Eso sí, con un pequeño inconveniente, me queda solo una semana de trabajo en la cafetería y la señora Benson ya me adelantó mi sueldo para poder pagar el local. Dinero que me robaron la noche de mi cumpleaños. Así que necesito con urgencia encontrar un trabajo.

La señora Benson está despachando a una clienta cuando mira a través del vidrio y me ve ahí de pie, en mitad de la acera. Me lanza una mirada de lástima, comprendiendo que hoy tampoco traigo buenas noticias, y yo respondo con lo que debería ser una sonrisa tranquilizadora, pero no me la creo ni yo.

Haciendo acopio de fuerza, me pongo en movimiento y entro en el local. Me queda todo el día por delante, horneando y atendiendo a gente con una sonrisa en la cara. Saludando a los clientes, paso por detrás de la señora Benson y me encierro en la cocina. Cuando antes empiece, mejor.

—¿Qué tal ha ido? —pregunta mi jefa entrando por la puerta de la cocina horas después, con un vaso en cada mano. Siempre aprovechamos la hora de la comida, que hay muchos menos clientes, para relajarnos un poco del estrés de la mañana. Me tiende uno de ellos y disfruto del magnífico olor del té de menta. Aunque antes era más aficionada al café, con el paso de los años y la influencia de la señora Benson me hice fan de los tés. O mejor, de sus tés, siempre magníficos. Yo, por mi parte, le tiendo un plato con un par de sándwiches sobre él. No es la mejor comida del mundo pero es lo que hay.

—Como todas —le respondo tras dar un sorbo del líquido—. Parece ser que como no tengo carrera ni he terminado el instituto no sirvo ni para trabajar de recepcionista.

—Es absurdo —responde frunciendo el ceño. Se acerca al banco que está sobre la pared y se sienta sobre él.

—Pero así es hoy en día —respondo encogiéndome de hombros y me acomodo a su lado.

—Igual podría... —comienza a decir pero la corto. Ya sé lo que me quiere proponer y lo he rechazado otras veces y lo seguiré haciendo.

—No. De verdad, tú ya has hecho mucho por mí estos cinco años.

—Pero no te puedo dejar sin trabajo. Os contrataré a las dos —suena decidida.

—Sabes que no puedes hacer eso, y la nueva se merece este trabajo. Es mi momento de abandonar el nido —argumento tratando de sonar convincente.

Estoy perdida, no me contratan en ningún lado, el banco no me da un crédito, tengo gastos que pagar y por ahora ningún indicio de ingresos posibles. Pero no voy a dejar que la señora Benson salga perjudicada con esta situación. Las dos sabemos que no se puede permitir contratar a dos empleadas, sus beneficios se verían visiblemente afectados, y ella ya tiene sus propios gastos y un hijo al que mantener. Ya veré cómo me las apaño, pero no será perjudicándola a ella. Me apoyo sobre su hombro de la misma manera que solía hacerlo con mi madre en días malos y ella apoya su mejilla contra mi cabeza.

—He conseguido hablar con la dueña del local de Holbrook. Se ha mostrado reticente, pero he conseguido convencerla para que me espere unas semanas más para pagarle el dinero íntegro —le informo cambiando de tema.

—Gracias a Dios, una buena noticia —dice posando su mano libre en mi antebrazo y me da un ligero apretón cariñoso.

—No todas iban a ser malas —argumento sonriendo y me enderezo en el asiento.

Mientras nos comemos los sándwiches nos sumimos en un silencio agradable, de esos que no hace falta rellenar con palabrería. Cada una está metida en sus pensamientos mientras disfrutamos del delicioso banquete. No siempre es necesario cubrir estos descansos con palabras, a veces el simple silencio ayuda más. Cuando me termino el líquido tiro el vaso de cartón a la basura y me levanto caminando de vuelta a la masa de la tarta que he dejado a medias.

—Fin del descanso, en menos de una hora esto estará otra vez hasta arriba y tengo que terminar las tartas —mi jefa no responde, así que me giro y la observo. Está tan metida en sus pensamientos que no es consciente de que la estoy mirando. De pronto, una ligera sonrisa adorna su cara y alza la mirada hacia mí—. ¿Señora Benson? —pregunto al ver que sigue observándome con esa sonrisa en su cara, pero sin decir nada.

—Cariño —se levanta del banco con energía—, ¿cuántas veces te he dicho que me llames Florence?

—Las mismas que te he respondido que me resulta extraño hacerlo —digo alzando las cejas con una expresión divertida.

—Bien. Y ¿qué me responderías si te dijera que puede que sepa de un lugar donde tengas alguna posibilidad para trabajar? Sería por la noche y en el centro de la ciudad.

—Te respondería que dónde y a qué hora —mi respuesta parece gustarle, pues la sonrisa se ensancha por completo.

—No hay nada seguro, pero déjame hacer algunas llamadas y te digo —me informa dándome unos toques en el hombro y acto seguido sale de la cocina canturreando una melodía. 

Hagamos un trato ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora