Capítulo 5

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«No puede ser», pienso mientras mis ojos analizan la conocida fachada. Con la cantidad de discotecas que hay en la ciudad, quién me iba a decir que iba a terminar trabajando en la misma discoteca en la que celebré mi cumpleaños. Saco el papel con la dirección de mi bolsillo y compruebo que es la misma que he metido en el GPS del móvil. Guardo ambas cosas en mi bolso y me acerco al edificio mientras mis ojos repasan la fachada. Con las luces de los letreros apagadas y la luz del día iluminándola no parece tan glamurosa como por la noche. Aunque puede, que su falta de atractivo también se vea afectado por la ausencia de una fila de varios metros de gente esperando atravesar las puertas custodiadas por un par de seguratas.

Paro frente a la puerta metálica y la golpeo con los nudillos. A los pocos segundos se escuchan ruidos al otro lado de la puerta y esta se abre de golpe. Retrocedo rápidamente evitando ser golpeada. Ante mí está el camarero que estuvo sirviéndonos los chupitos a Megan y a mí la otra noche, el del culo alucinante, y debo admitir que con la luz del día sigue estando igual de bueno.

—Tú debes ser Charlotte —comenta con una sonrisa.

—Así es —respondo tendiéndole la mano—. Tony, ¿verdad?

—Un placer —dice con formalidad estrechando mi mano—. Perdona, pero me suenas de algo, ¿nos hemos visto antes? —pregunta aún sin apartar los ojos marrones de mi cara.

—Hace unos cuatro días estuve aquí con una amiga.

—Ah, joder. Las de los tequilas —afirma con una sonrisa divertida, señalándome con el dedo índice de ambas manos. Yo asiento resignada al ser recordada como una borracha—. Pasa, pasa —se aparta a un lado dejándome pasar y cierra la puerta una vez entro—. Te voy a explicar un poco esto. Has tenido suerte, justo esta mañana ha llamado nuestro compañero para decirnos que no iba a venir más.

Habla mientras camina por el interior del local y yo me limito a seguirle de cerca.

—Sí, algo así me ha dicho tu tía.

—¿Cómo es trabajar con ella? —inquiere girándose a mirarme sin dejar de caminar.

—Es la mejor jefa que he tenido nunca —afirmo con una sonrisa. Omito el hecho de que es la única jefa que he tenido.

—No creo que pienses lo mismo de nuestro jefe, pero no está mal. Al menos paga bien —responde encogiéndose de hombros y yo me centro en eso último que ha dicho. Cuando antes consiga el dinero antes puedo pagar el local de Holbrook y antes me puedo ir.

Mientras caminamos por el local y me explica qué hay tras cada puerta cerrada y las funciones que tengo, que como era de esperar, es estar en la barra y servir copas. Me indica la cantidad justa que debo servir de alcohol en cada vaso. También me explica dónde están las cosas, y en caso de que algo se termine, dónde puedo conseguir más. Me da unos cuantos trucos para agilizar el trabajo y también para ganar algunas propinas. Yo le escucho detenidamente, solo espero acordarme de todo lo que me está diciendo luego con las prisas.

—Ah, y el horario es de nueve a tres de la madrugada de jueves a sábado y de nueve a dos el miércoles y domingo. Lunes y martes libramos —se calla un momento como cayendo en la cuenta de algo—. ¿A qué hora entras donde mi tía? —pregunta llegando a la misma conclusión que yo.

—A las cinco de la mañana —confirmo sus sospechas. Tengo menos de dos horas para echarme una siesta entre un trabajo y otro. Lo bueno es que me queda tan solo una semana de trabajo en la cafetería, después seré libre para descansar en condiciones.

—Pues mucha suerte —responde tratando de suprimir una sonrisa y se vuelve hacia los estantes con las botellas detrás de la barra—. Necesitamos botellas nuevas, en el almacén hay cajas con varias botellas, ¿podrías ir?

—Marchando —respondo y camino hasta la puerta del almacén, la única abierta en este momento.

Me dirijo hacia las cajas amontonadas unas encima de otras al fondo de la habitación cuando de pronto, alguien, de improviso, sale de entre las estanterías. Retrocedo asustada por la inesperada aparición y en el proceso golpeo una de las estanterías. Escucho cómo las botellas que esta contiene se tambalean en su lugar y me giro rezando porque no se precipiten al hacia el suelo. No puede sucederme eso en mi primer día de trabajo. Sujeto la estantería para que deje de temblar. De repente, unos brazos musculosos hacen acto de presencia por encima de los míos y me ayudan con la tarea. Las botellas dejan de sonar y la estantería se mantiene estable en su sitio. Noto el cuerpo del que me ha ayudado cerca del mío, y mis fosas nasales se impregnan de su olor, un olor que no sé identificar, pero agradable.

Aún con cuidado, suelto la estantería y me giro hacia el propietario de esos brazos para agradecerle la ayuda. Si el jefe es tan majo como ha dejado entrever Tony, no quiero ni imaginar cómo podría haber llegado a reaccionar al enterarse de que he roto varias de sus botellas. Cuando alzo la mirada hacia mi ayuda la disculpa muere en mis labios.

—¡Tú! —exclamo sorprendida—. ¿Qué haces tú aquí? —le pregunto cruzándome de brazos. Lo último que esperaba al empezar a trabajar aquí es encontrarme con el idiota de mi cumple.

—Podría preguntarte lo mismo —responde con una voz grave y profunda que no pude llegar a apreciar el otro día con el estruendo de la música. Suelta la estantería y enarca una ceja esperando una respuesta por mi parte.

—Trabajo aquí —justifico sin llegar a saber por qué. Ni que le debiera una explicación sobre qué hago aquí—. ¿Y tú? ¿Qué haces aquí? —insisto sin dejarme amilanar por su altura o por el hecho de que aún sigamos cerca el uno del otro.

—Podría decirse que también trabajo aquí —responde con una expresión que no llego a comprender.

—Genial... —respondo con ironía deseando no volver a encontrármelo lo que queda de noche—. Ahora si me disculpas, tengo que seguir trabajando —respondo dando por finalizada la conversación.

Bajo su atenta mirada, prosigo mi camino hacia las cajas del rincón, tratando de ignorar su presencia, cojo la primera que pillo y salgo de allí con la cabeza bien alta, sintiendo el peso de esa mirada sobre mí.

Hagamos un trato ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora