Primeras palabras

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[...]


Y desperté, no con la luz del sol entrando por las ventanas, tampoco con la suave alarma de fondo; no. Desperté de golpe, como cuando tienes aquellos bizarros sueños donde caes y te impactas contra el suelo. Yo estaba cayendo.

Froto mis ojos, regulando mi respiración, acostumbrándome a la escasa luz de la habitación. Tiro ligeramente de las hebras de mi cabello, pero algo anda mal. Miro mis manos.

No soy yo.

No es mi cuerpo, ¿Dónde estoy?

Me levanto de la cama, la calidez del árido piso me recibe. Doy unos cuantos pasos, lastimándome con algunas pequeñas piedras que se encuentran en mi camino. Salgo de la habitación, encontrándome con sólo una puerta frente a mí.

Camino hacia ella, a pasos cortos, la distancia que me separa de la puerta de carrizo no es tan larga.

Siete pasos más tarde, caigo en la cuenta de que no he acortado la distancia, ni un poco.

Acelero el paso, pero a la par de ello, el pasillo frente a mí se alarga de manera abismal.

Mis piernas no responden. La orden de correr no es acatada por ellas. El pánico comienza a apoderarse de mí. La confusión me invade.

Siento desfallecer en el momento en el que empujo la puerta. La bienvenida a la habitación no es la más cálida.

Al menos 50 pares de ojos me observan. Entre porcelana y tela, las muñecas me siguen con la mirada. Percibo su odio, y la mala aura de la habitación.

Una ventana pequeña, y una puerta que da al exterior me dan la confianza de que todo acabará pronto. Intento ver con claridad todo a mí alrededor, pero lo único perceptible son los brillantes ojos de vidrio de las muñecas. Cierro los ojos con fuerza, tratando de acostumbrarme a la obscuridad. Al abrir mis ojos, mi escena se ve iluminada por la luz de vela. Mentiría si dijera que tengo sólo un poco de miedo; ya que el terror me corroe el alma.

Una a una, las velas se encienden, formando un círculo de cinco velas. El sonido me hace brincar en mi lugar. Engranes castañeado; mi corazón se acelera en el momento en que empieza a sonar la caja de música en una esquina tras de mí.

La tenue luz de la luna que entraba por la ventana, se apaga lentamente, obscureciendo el exterior, llenándome de vació.

No me encuentro en completa soledad, desde una esquina de la habitación siento como una presencia extraña me vigila. Sé que hay algo ahí.

La mirada de las muñecas se vuelve menos dura en el momento que un agresivo golpeteo comienza a azotar la puerta.

Gritos de agonía inundan el exterior, y el golpe se vuelve constante y rítmico:

-¡Ayúdanos! - Exclama una mujer al exterior, mientras grita con desesperación, a la par de que el llanto de un pequeño niño se hace audible.

La tierra comienza a sacudirse con un estruendo, los estantes vibran y corro hacia la salida en auxilio de la mujer.

Abro la puerta.

El vació y la obscuridad me reciben. La habitación está suspendida en la nada total, y estoy a un suspiro de caer.

Siento vértigo.

Retrocedo al centro de la habitación con un pleno sentimiento de exaltación.

Los muros comienzan a cerrarse.

Mi respiración se vuelve irregular, y las muñecas comienzan a reír de manera sonora. Cubro mis oídos mientras la presión en mi pecho va en incremento.

Las muñecas de porcelana se rompen una a una mientras impactan el suelo de la habitación.

Silencio total.

Una esbelta figura emerge de una esquina, avanzando lentamente. El olor a putrefacción que despide, es insoportable.

Retrocedo hacia la puerta abierta, nuevamente; la presencia de detiene y me observa detenidamente.

Parpadeo.

Al abrir mis ojos, un rostro desfigurado aparece frente al mío. Me toma por las mejillas y grita.

Mi alma abandona mi cuerpo por segundos, la sangre me hiela, mi rostro toma un color amarillo, el aire abandona mis pulmones.

Aquella criatura, entre su grito, me acerca poco a poco al borde de la puerta.

Por primera vez en mi vida puedo emitir un sonido.




Grito.

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