¿Cómo describirías el miedo?
¿Te paraliza? ¿O te impulsa a seguir?
¿Qué te asegura que lo que ves es la realidad?
¿Puedes asegurarme que somos existentes?
¿Cuánto confías en tu mente?
¿Le temes a algo?
¿Crees poder comprender todo lo que estás a p...
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[...]
Un grito me saca de mis pensamientos.
Despego la frente del cristal de la ventana y bostezo, regresando a la realidad.
El tren se detiene, chirriante y expidiendo humo, mientras el gentilicio se aglomera en la salida.
Al parecer, alguien ha saltado frente al tren.
No me importa.
Me levanto de mi asiento y coloco el sombrero sobre mi cabeza, avanzo lentamente ignorando el bullicio y las discusiones; bajo del tren.
Agito el saco, librándolo del polvo y continúo mi camino. Minutos después de dejar la población; la imponente verja de metal se abre frente a mí, marcando que he llegado a mi destino.
Tengo trabajo que hacer.
Metros más adelante, logro distinguir entre humo y niebla, el viejo hospital, de aspecto sombrío. El sobrio edificio me indica que será un buen día.
Giro la perilla de la entrada principal, y empujo, recibiendo un rechinido molesto como respuesta.
No hay nadie en el recibidor, ni un guardia, paciente, o cámara.
Avanzo hasta llegar a un escritorio, oxidado y mohoso, dónde se encuentra sentada una mujer de aspecto demacrado, sus ojos denotan cansancio y agonía.
Miro a la mujer a los ojos. Sus pequeños y cansados ojos. Piden a gritos que lo haga. Sería un favor para ella, y un placer para mí.
La emoción se apodera de mí. Ella se levanta, me habla en repetidas ocasiones; pero no puedo escucharla.
Todo será perfecto.
Dejo la maleta en el suelo, limpio con mis manos la ropa que llevo puesta.
La miro por última vez, apreciando su vida. Ahora me pertenece.
Las luces sobre nosotros parpadean.
Ella mira el bombillo que nos alumbra. Es mí momento.
De un tajo le corto la garganta. Un corte limpio y preciso; digno de un médico. La sangre comienza a bañar su ropa, tiñéndola de un hermoso carmesí.
Se lleva las manos al cuello, sin entender que es lo que le pasa. La respiración le falla. Cae al piso.
Me pavoneo entre mi acto. La luz vuelve a parpadear; guardo el cuchillo entre mi abrigo. Sonrío.
Las luces se apagan completamente.
Intento concentrarme en mi alrededor, los sonidos de afuera dominan la atmósfera. El sonido del viento, algunas aves nocturnas.