Conociendo a Sara y a sus amigas

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Capítulo 1

Hola, me llamo Sara, tengo 26 años, y yo soy de un pequeño pueblo de Madrid, donde nos conocemos todos y sabemos TODO, sobre los demás. Es lo malo de vivir en un pueblo, y en cierto modo fue lo que me motivó a iniciarme en aquella nueva aventura de irme a vivir a Madrid, pero bueno, eso os lo contaré más adelante.

¿Qué como soy? Bueno, pues en realidad yo me considero una chica de lo más común. Pelo negro, "largo", ya que me llega poco más abajo que los hombros, medio ondulado, si me lo aliso seguramente me llegue hasta los pechos. Mis ojos son marrones, oscuros, nariz pequeña, labios gruesos, cara aniñada en cuerpo de adulta. Mis pechos no son muy grandes, es más, lo más llamativo de mi cuerpo siempre fue mi trasero, o eso decían.

Mido 1'65, sí, soy bajita, pero nunca fue un impedimento para ninguna relación, además siempre tenía facilidades en cuánto a encontrar alguien más alto que yo.

En cuanto a como soy a nivel personal diré que soy una romántica empedernida. Desde pequeña crecía con la esperanza de encontrar un gran amor, así como el de mis padres, los cuales llevan años y años juntos, pero igual de enamorados que el primer día.

Creo que esa idea de amor romántico fue lo que me llevó a enamorarme de él, de Tomás. Oh Tomás, como me hizo perder la cabeza. Su cabello rubio, largo y ondulado. Sus ojos azules, sus labios carnosos, su barba de hace días, sus brazos fuertes, su torso marcado, la forma en la que me hacía el amor...

Sí, digo hacía porque Tomás por desgracia ya no está conmigo, me dejó, pero no me dejó en plan de cortar conmigo, sino que falleció hace unos meses, de cáncer. Lo sabía, claro que sabía que estaba enfermo, pero eso no me motivó a estar con él, sino que me volvió más loca y con más ganas de vivir el momento.

Tomás y yo nos conocimos muy jóvenes, en el instituto. El era nuevo en el lugar, y no voy a negar que babeé por él nada más verlo. Mis locas amigas de toda la vida, Zahira y Natalia (de las cuáles hablaré después), me animaron a acercarme a él y presentarme, ofrecerme voluntaria a enseñarle el instituto.

Así que lo hice, porque no tenía vergüenza y porque mis hormonas estaban en plena ebullición. Le enseñé el lugar y nos intercambiamos los números, había algo, una conexión patente entre ambos, que llevó a que hablásemos por teléfono horas y horas.

Quedábamos para estudiar, para comer, para salir a dar un paseo. Tomás se iba introduciendo en mi vida como un simple amigo del cual estaba enamorada y que creía que no se fijaría en mí, hasta que un día, después de salir con mis amigas, en una de las fiestas del pueblo, Tomás me besó y me dijo que quería salir conmigo.

Yo le confesé mis sentimientos y ambos sonreímos como tontos al comprobar que llevábamos demasiado tiempo colados el uno por el otro, pero no éramos tan valientes como para dar el paso.

Así que empezamos a salir, durante mucho tiempo.

Pero fue cuando llevábamos 8 años de noviazgo cuando llegó la mala noticia. Tomás llevaba tiempo sintiéndose mal, en ocasiones se mareaba, y su nariz sangraba. A veces lo veía toser de una forma que parecía que se iba a ahogar, y cuando me acercaba a ayudarlo descubríamos que en su mano había sangre.

Así que fuimos a que le hiciesen unas pruebas y llegó la noticia, Tomás tenía Leucemia, y estaba todo demasiado avanzado.

Intenté ser optimista, por los dos, y confiar en los tratamientos que los médicos empezaron a poner en práctica. Pero Tomás no mejoraba, sino que cada día iba a peor, al igual que su estado de ánimo.

Así que un día, guiada por la locura y el amor, le pedí que se casase conmigo. Tomás me miro extrañado.

—Estás loca Sara, ¿cómo vamos a casarnos? Me voy a morir...— dijo este desganado.

Una segunda oportunidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora