—OLGA—
No pude dormir casi en toda la noche, la angustia de saber qué pasó con Kristel no me dejó cerrar los ojos, creo que me dormí de tanto llorar. Toda la noche estuve pegada al teléfono, a la espera de la llamada que me anunciaría que mi amiga estaba viva. Una y otra vez se repetía en mi memoria el momento en que Kristel cayó por ese precipicio, la altura era bárbara, apenas pude verla moverse en el agua hasta que se hundió en el mar y no la vimos más.
«Ay dios mío, qué dolor siento, el pecho me duele, lo tengo encogido», dije en mi interior.
Lo único que había hecho era llorar, mis ojos estaban muy hinchados.
«¿Qué le vamos a decir a su madre? Si... si Kristel aparece sin vida... No, Dios mío, no permitas eso, concédeme el milagro de tener a mi amiga de vuelta sana y salva», rogaba.
La mañana corría superlento y yo solo esperaba esa llamada. Ethan seguía a mi lado. Toda la noche estuvo abrazándome a mí y a Bebé, consolándonos a ambas. Este chico era un amor. Allí estaba a mi lado, ambos sentados en el mesón alto de la isla de la cocina, él no había dejado de abrazarme.
Beatriz era un mar de lágrimas, su nariz estaba muy colorada e inflamada, Jason la tenía abrazada, él no pasó la noche con nosotros, pero llegó temprano en la mañana junto con Mikala, quien caminaba de un lado al otro con las manos en la cabeza. Nadie decía una palabra, lo único que se escuchaban eran los sollozos de Beatriz y míos.
El timbre del teléfono fijo rompió el silencio, rápidamente corrí a cogerlo, pero la señora de servicio fue más rápida. Yo esperaba congelada con las manos en la boca.
—Señorita Olga, la llaman de la guardia costera. —Tragué grueso y agarré el teléfono con pulso tembloroso.
—Aló... —contesté con un nudo en la garganta.
—Buenos días, ¿hablo con Olga Green? —preguntó una mujer a través de la bocina del teléfono.
—Sí, soy yo.
—Le estamos llamando para notificarle que apareció la señorita Kristel. —Mi corazón se detuvo por un momento y aguanté la respiración—. Está sana y salva, en el transcurso de la mañana la llevaremos a su casa. —Al escuchar esas palabras solté el aire sin oxígeno y volví a respirar.
—Gracias, Dios mío, gracias por este milagro... muchas gracias, señorita.
—Estamos a la orden.
Colgué el teléfono y corrí hacia la sala dando brincos de emoción.
—Está viva... Está viva... mi Kris está viva...
Todos respiramos un aire nuevo, la tensión y la tristeza se desvanecieron rápidamente. Beatriz corrió a abrazarme y allí estuvimos un buen rato, ahora llorábamos de alegría y agradecimiento.
«Gracias, Dios mío; gracias, virgencita», agradecía en mis adentros.
Ahora estábamos ansiosos por la llegada de Kristel, cualquier sonido fuera de la casa prendía nuestra alerta. Beatriz por fin se sentó a comer, no había querido probar bocado, al igual que yo, nuestros estómagos se habían reducido de la tristeza.
Pasaron dos horas y se escuchó un carro llegar a la entrada de la casa. Todos corrimos de inmediato hasta la puerta, yo fui la primera en abrirla y vimos llegar una camioneta pick up de color rojo. Un hombre joven y alto se bajó de la camioneta.
«Ave María purísima... ¿Eso es un hombre, un ángel o un dios hawaiano? Ese hombre está buenísimo», pensé mordiéndome el labio inferior.
El chico caminó hacia la puerta del copiloto y ayudó a bajar a Kristel, mi hermosa amiga. Ella lucía guapa, parecía que había vuelto a nacer. Su cabello castaño brillaba bajo la luz del sol, estaba peinado y divino como siempre, ni liso ni ondulado, una mezcla entre ambos que siempre la hacían lucir como salida del salón de belleza. Sus ojos cafés brillaban de vida, estaba vestida con su short de bluejean y una camiseta blanca y ancha que no era de ella. La piel blanca de sus piernas estaba tintada de moretones y rasguños, pero, aun así, ella lucía estupenda.
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ARRECIFE
DragosteEn los primeros días de vacaciones en las islas de Hawái, Kristel, una joven de 26 años, tiene una experiencia muy cercana a la muerte en un arrecife, lo que la hará ver la vida de forma muy diferente a como solía hacerlo antes. Pero lo mejor de tod...