2. NOCHE DE RUMBA

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La casa nueva de Olga era enorme, se podía hacer una gran fiesta allí. Cada una teníamos un cuarto con baño privado y quedaban vacías como tres habitaciones más. En el patio había una piscina de tamaño mediano con jacuzzi y hermosos jardines. La casa era muy fresca y con un estilo muy veraniego, donde la madera, el vidrio y las cortinas blancas era lo que más resaltaba en esa lujosa morada. Había personal de servicio que se encargaba de hacernos la comida y de tener todo limpio.

—Pero miren a la princesa de porcelana como quedó... No y que, no estabas en busca de hombres... —halagó Olga a Beatriz, quien se había vestido muy sexi con un atuendo corto y ajustado de color azul oscuro que hacía juego con sus hermosos ojos y resaltaba su blanca piel.

—Olga, una se viste sexi para una misma, no para los hombres —se defendió mi hermosa amiga rubia acomodándose su cabello recién alisado.

—Sí claro, y la nariz no es para respirar, está de adorno en la cara —bromeó Olga tras una gran carcajada.

Las tres salimos de la casa, todas de vestidos cortos de verano y tacones. Yo me coloqué un vestido suelto y algo escotado, era floreado en tonos verdes y negros, mis tacones eran de color negro. El atuendo de Olga era ajustado y de color rojo, resaltaba toda su sensualidad, sus pechos protuberantes era lo que más sobresalía, y por supuesto, sus tacones eran rojo fuego. Nos montamos en una limusina que nos esperaba a las afueras de la casa y emprendimos nuestro viaje a una noche sin control hacia Waikiki Beach.

Llegamos a uno de los hermosos locales nocturnos situado al frente de la playa. Estaba decorado con palmeras y muchas luces de neón. Había un sin número de personas, la mayoría bailando en la pista de baile donde la música sonaba en vivo, la cual retumbaba en todo el lugar. Para hablar con alguien había que gritarle en el oído.

Olga, Beatriz y yo íbamos agarradas de la mano caminando entre la multitud de gente que bailaba. La cara de Beatriz era todo un poema, la chica estaba aterrada e impresionada a la vez, ella no acostumbraba a asistir a sitios como ese. En cambio, Olga, ella iba danzando arrastrándonos entre la multitud, como pez en el agua.

Nos detuvimos en un lugar más tranquilo, en una terraza repleta de mesas con toldos al frente del mar, donde la música se escuchaba con menos intensidad y ya podíamos charlar sin tener que quedarnos sin voz. Apenas nos sentamos en una lujosa mesa de madera cuando llegó un mesonero a ofrecernos sus servicios.

—Buenas noches, señoritas, ¿qué tomarán esta noche? —preguntó el chico cortésmente, sus ojos eran achinados y su piel bronceada.

—Cariño, tráenos un servicio de vodka y tres margaritas —solicitó Olga como toda una experta y el chico asintió con la cabeza —. Bebé, quita esa cara y relájate, pareciera que vas a vomitar.

—Este lugar es enorme —respondió Beatriz mirando en todas las direcciones, estaba sentada de piernas cerradas y sus manos estaban tensas en su regazo, muy nerviosa.

No pasaron ni diez minutos cuando regresó el joven achinado y colocó el servicio de vodka en la mesa junto con tres margaritas.

—Gracias, mi amor —dijo Olga al joven mesonero y después le dio un sorbo a su margarita —. Ummm... esto está delicioso... Brindemos, chicas.

Las tres levantamos nuestras copas y las chocamos con sutileza. La noche estaba empezando. Chico tras chico se acercaban a la mesa a invitarnos a bailar, pero todos venían a invitarme solo a mí y yo los rechazaba.

—Kris... vas a seguir rechazando chicos, ninguno ha venido a invitarnos a bebé o a mí, pareciera que estamos pintadas... Vamos, a pararse de la mesa, a bailar —propuso Olga y se levantó de golpe.

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