Evelyn

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No recordaba la última vez que había dormido tanto y tan bien. Quizás era el cansancio acumulado por tantos días de insomnio a causa del calor o el estrés cotidiano que acarrean todas las obligaciones. La única real diferencia que encuentro es que, mientras Alex velaba mis sueños, yo encontré una paz infinita que me envolvió y acogió con cariño.
Cuando desperté, con los primeros rayos del sol colándose por la ventana, todo a mi alrededor pareció adquirir una energía positiva y excitante; hasta el ondeo de las cortinas me parecía algo maravilloso y sublime. ¿Pueden creerlo? Ese era el primer punto crítico en la vida de toda persona: cuando alguien te gusta tanto que convierte la porquería en algo hermoso.

Me acomodé en la cama y miré a Alex, quien aún dormitaba completamente sereno y con la boca entreabierta. Así permanecí varios minutos, contemplando a aquel hombre tan atractivo, capaz de maravillarme con los más simples de los gestos e intenté grabarme su imagen en la cabeza.

Cuando me había desperezado por completo, me deslicé de la cama y caminé hacia el baño con la intención de ducharme. Mis pasos resonaron en el piso de madera y eso advirtió a Alex, haciendo que se despierte de un salto.

—Lo siento —susurré, cubriéndome el rostro con ambas manos y apretando los dientes. Él bostezó y se talló los ojos antes de regalarme una de esas sonrisas capaces de derretir un iceberg.

—Descuida —murmuró con la voz ronca. Me miró por un segundo y alzó una ceja, curioso.

—Pensaba darme un baño ¿te molesta? —inquirí, totalmente sonrojada. Él rió y negó con la cabeza.

—Podría acompañarte... —mi corazón se detuvo súbitamente y, de un segundo a otro volvió a latir con frenesí. Mi rostro enrojeció aún más, pude notar lo acalorada que estaba.

La noche anterior habíamos dormido juntos, si, pero no habíamos alcanzado ningún tipo de intimidad que requiriera quitarse la ropa, así que la simple idea de ducharme con él me ponía nerviosa. —O podría preparar el desayuno mientras tú te das un baño —zanjó, estirando sus brazos musculosos. Yo suspiré con alivio.

—Claro, no tardaré mucho —sonreí y me interné en el baño. Lo vi curvar sus labios antes de cerrar la puerta.

Allí dentro me sentí como en mi propio departamento; se ve que todos los baños en el edificio tenían las mismas cerámicas en el piso y los mismos artilugios. La única diferencia que encontraba con el mío, era que no había cortina en la bañera y la alfombra era de un color negro algo desgastado (además de las cosas obvias, como que él guardaba espuma de afeitar y loción en su botiquín en vez de maquillaje y cremas).

Abrí los grifos de la bañera y, mientras ésta se llenaba, me quité la ropa arrugada por dormir con ella. La doblé cuidadosamente y la dejé sobre la tapa cerrada del inodoro; luego me miré en espejo y me sentí tan avergonzada que casi chillo. Tenía el pelo totalmente revuelto y unas ojeras increíbles; el poco maquillaje que me había puesto estaba corrido hacia los costados de mis ojos. En resumen, parecía la prima no reconocida de un mapache. Pero, bueno, una no siempre puede estar impecable, así que debía aceptarlo.

Cuando la bañera se hubo llenado, sumergí los dedos en el agua y encontré que la temperatura era la ideal para mi. Entré una pierna y luego la otra. Pero, mientras me giraba para acomodarme, resbalé con el piso y caí con fuerza, golpeándome la cabeza con el grifo metálico.

Lo primero que sentí fue aturdimiento, la cabeza me retumbaba como si acabaran de apretar mi cerebro con dos platillos de percusión; luego el dolor encima de mi nuca me cegó por completo. Intenté llamar a Alex, pero ni un sonido salía de mis labios. Todo a mi alrededor se volvió borroso, mis manos resbalaban en los bordes de la tina, dificultando mi agarre para salir de ella; el agua, hasta entonces cristalina, empezó a teñirse de escarlata y luego las tinieblas se fueron apoderando de mi vista hasta oscurecerla por completo. Cerré los ojos en un vago intento por recuperar el aliento; sin embargo, y a pesar de toda mi fuerza de voluntad para mantener la calma, la inconsciencia se apoderó de mí y me arrastró hacia las profundidades del abismo, mientras mi cuerpo se hundía en el agua tintada de rojo.

Entre el Cielo y la TierraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora