Epílogo

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Nueve años después...

—¡Papi! ¡Salgo a buscarte!

Milk miró a través de los jardines iluminados por la luna, la propiedad Son, y observó como su hijo, Gohan, adoptaba una modalidad de sigilo absoluto. Su cabello negro largo hasta la cintura parecía una capa en la noche. Avanzó rápida y silenciosamente hacia el grupo de árboles frutales que había en el jardín trasero, andando sobre el césped como lo hacía su padre con fluidez y gracia... como era habitual en los vampiros.

Gokú se materializó detrás de su hijo y gritó:

—¡Buu!

Gohan dio un salto de tres metros y medio de altura, pero se recuperó rápidamente, aterrizó sobre sus pies y salió disparado tras su padre, riendo. Le placó, y ambos cayeron sobre el césped, las luciérnagas flotaron sobre la fiesta de cosquillas como si ellas también estuvieran riendo.

—Mamita, terminé —dijo una voz bajita a su izquierda.

Milk extendió la mano y sintió como la manita de su hijo menor se deslizaba en la de ella.

—Gracias por limpiar tu habitación, mi cielo.

—Siento haberla desordenado tanto, mami.

Puso a Goten en su regazo. A los cuatro años, ya era evidente que iba a ser parecido a su padre y no sólo en aspecto. Goten iba a crecer para convertirse en lo que eran Gokú y Gohan. Le tenía aversión al sol; era una lechuza nocturna; y su audición y su vista eran anormalmente agudas. Sin embargo, el verdadero indicio eran los caninos grandes como los de un adulto que ya le habían salido. Bueno, eso y el hecho de que Goten, al igual que su hermano y su padre, tenían exactamente el mismo aroma, a hermosas especias.

Milk besó la frente de su pequeño hijo.

—¿El día de hoy ya te he dicho que te amo?

Goten escondió el rostro en su cuello.

—Sí, Mamita. Cuando estábamos cenando y también se lo dijiste a Papi y a Gohan.

—¿Y cuándo más te lo dije?

—En el almuerzo. —La risa de su pequeño se percibía en la voz, pero estaba tratando de disimularla.

—¿Y cuándo más? —le dio un apretoncito en las costillas para hacer que se aflojara.

Goten se retorció en su regazo y abandonó todo intento de disimulo.

—¡En el desayuno!

Ambos se echaron a reír y abrazó estrechamente a su dulce hijo mientras Gokú y Gohan se acercaban corriendo por el césped.

Milk miró a su marido y sintió que la invadía una oleada de respeto y amor. Era absolutamente increíble, tan firme y fuerte a su manera callada, cuidando de ella y de sus hijos con tierna bondad. También era un amante insaciable y un feroz protector... como bien había comprobado un frustrado ladrón unos meses antes.

Lo amaba aún más de lo que lo amaba ese día al despertar, pero menos de lo que lo haría mañana.

—Hola —le dijo Milk, mientras Gohan tomaba a Goten de la mano y se lo llevaba para mostrarle los nuevos pimpollos de rosas que había cerca de la glorieta.

—Mi amor —murmuró Gokú, sentándose en el césped junto a ella y atrayéndola a sus brazos—. Bajo esta luz te ves hermosa.

—Gracias.

Milk no pudo evitar sonreír, al pensar que el que se viera hermosa se debía a él. Como también el hecho de que se viera más joven que cuando lo había conocido y no sólo porque hubiera dejado de trabajar día y noche. Habían descubierto, al compartir algún que otro momento pervertido, que a Gokú le gustaba que lo usaran para beber y que su sangre tenía un efecto curioso en ella. Parecía haber detenido el proceso de envejecimiento... o al menos lo había ralentizado a tal grado que en los últimos nueve años no había envejecido ni un día. E incluso había rejuvenecido un poquito.

Lazos de medianoche: La historia de HijoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora