Capitulo 8

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El cuerpo de Milk se agitó, sus senos hicieron contacto con la dura pared de su pecho, su esencia rugía. Aferrándose a sus poderosos bíceps, Milk cayó hacia atrás sobre las almohadas y él fue con ella. Ahora el cuerpo de Gokú estaba enteramente encima del de ella, su peso la aplastaba contra el colchón. Estaba bloqueando la luz de la vela por lo que no podía ver nada con claridad, aunque el brillo que venía desde detrás de él evitaba que fuera una oscuridad infinita. De cierta forma se sentía bien, aunque por un motivo peligroso: la oscuridad hacía que las sensaciones que sentía en el cuello fueran mucho más vívidas, el húmedo contacto de su cálida boca, los tirones que daba cuando tragaba y la corriente sexual que había entre ellos.

Que Dios la ayudara, pero le gustaba lo que le estaba haciendo. Milk extendió la mano y encontró su cabello. Con un gruñido de satisfacción, enredó las manos en el sedoso espesor, metiendo en sus puños, grandes mechones, abriéndose camino hacia su cuero cabelludo.

Cuando Gokú se quedó inmóvil, ella se quedó quieta y sintió el temblor que atravesaba el cuerpo de él. Esperó a ver si continuaba y así lo hizo. Cuando comenzó a beber otra vez, la habitación comenzó a girar, pero no le importó. Lo tenía a él para agarrarse.

Al menos hasta que se apartó rápidamente y la dejó en la cama. Retirándose al rincón oscuro, con sólo las cadenas para señalar sus movimientos, prácticamente desapareció.

Milk se incorporó. Cuando sintió la humedad entre sus senos, bajó la vista. La sangre corría por su pecho y estaba siendo absorbida por su bata blanca. Ladró una maldición y luchó para cubrir las incisiones que le había hecho. Instantáneamente, Gokú estuvo frente a ella, apartándole las manos.

—Lo siento, no lo cerré adecuadamente. Espera, no, no luches contra mí. Debo cerrarlo. Déjame cerrarlo para que pueda detener el sangrado.

Le apresó las manos en una de las de él, le apartó el cabello hacia atrás, y puso la boca sobre su garganta. Sacó la lengua y acarició su piel. Y volvió a acariciarla. Y otra vez. No pasó mucho tiempo antes de que Milk olvidara todo el asunto del sangrado hasta la muerte.

Gokú soltó sus manos y la acunó. Ella se abandonó en sus brazos y dejó que su cabeza cayera hacia atrás mientras la lamía y la acariciaba con la nariz. Comenzó a ir más lento. Luego se detuvo.

—Ahora deberías dormir —susurró Gokú.

—No estoy cansada. —Lo cual era una mentira.

Sintió como la ponía sobre la almohada, la cortina del cabello de Gokú cayó hacia delante mientras la acomodaba. Cuando iba a apartarse, Milk le agarró las manos.

—Tus ojos. Vas a mostrármelos. Si en los próximos días vas a continuar haciéndome lo que acabas de hacerme, me lo debes.

Después de un largo momento, él se apartó el cabello y levantó lentamente los párpados. Sus irises eran de un vívido dorado y resplandecían como el neón; de hecho, brillaban. Y alrededor del borde externo, tenían una línea negra. Sus pestañas eran espesas y largas. Su mirada era hipnótica. De otro mundo. Extraordinaria... igual que todo el resto de su persona.

Él bajó la cabeza.

—Duerme. Probablemente venga a ti antes del desayuno.

—¿Qué hay de ti? ¿Duermes?

—Sí. —Cuando Milk miró al otro lado de la cama, él murmuró—: Esta noche no lo haré aquí. No te preocupes.

—Entonces ¿Dónde?

—No te preocupes.

Se fue repentinamente, desapareciendo en la oscuridad. Abandonada a la luz de la vela, Milk se sintió como si estuviera flotando en la enorme cama, a la deriva en lo que era tanto un exquisito sueño como una horrible pesadilla.

Lazos de medianoche: La historia de HijoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora