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Mientras cada uno de los atracadores volvía a su respectiva tarea después de la pequeña pelea contra Tokio y de que el profesor les haya contado que tenían las identidades de ella y el menor del grupo, Denver seguía luchando contra su propia ética...

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Mientras cada uno de los atracadores volvía a su respectiva tarea después de la pequeña pelea contra Tokio y de que el profesor les haya contado que tenían las identidades de ella y el menor del grupo, Denver seguía luchando contra su propia ética y moral para no matar a Mónica: no quería hacerlo pero si no lo hacía Berlín haría lo mismo con ambos, sin importarle que el chico fuera su compañero de atraco ni que la rubia tenía una persona formándose en su interior. El primer disparo lo había dado al piso y sabía que eso había alertado a sus compañeros y al resto de rehenes.

Pero, cuando iba a dar el segundo sabía que tenía que hacer algo con la rubia aunque no quería matarla. La pareja ideó el plan de simular la muerte de la rubia con un disparo en la pierna y que se oculte en la cámara acorazada tres a la cual ella tenía acceso. Y entonces Denver disparó a la pierna de la secretaría logrando que comenzará a brotar sangre de la extremidad. Algunos de los rehenes soltaron gritos de susto y Siena se encargó de tranquilizarlos aunque no sabía que había pasado y eso le preocupaba.

—Tranquilos, no fue nada —dijo caminando y mirando a Nairobi que tampoco sabía que había pasado. Siena vió a Berlín caminar hacia el primer piso del lugar.

—Que ha sido un disparo, nada más, no ha pasao nada —secundo la morocha. La argentina se acercó a ella para decirle que tenía que ir a ver qué había pasado por lo que, Nairobi se quedó junto a Tokio que recién llegaba al hall.

Eugenia caminó por donde Andrés se había ido segundos atrás y se sorprendió al ver cómo frenaba y entraba al baño de hombres que allí estaba. Apuró su paso y llegó a la puerta para escuchar hablar al hombre.

—Dos disparos... ¿Te falta puntería o es que te ponen nervioso las rubias? —Siena asomó su cabeza por la puerta y posteriormente entró al baño para casi desmayarse del susto: Mónica Gaztambide tirada en el suelo y con un gran charco de sangre alrededor de ella; Denver limpiaba sus manos.

—Si se te agarra a la rodilla y te pide que no la mates, no es fácil —dijo el de ojos claros para voltearse y encontrarse con Siena—. Eh, Siena no es lo que piensas.

Berlín abrió sus ojos al escuchar el apodo de su novia y se volteó para verla parada en la puerta sin entender que había llevado a Denver a matar a la rubia. "En el momento que haya una sola gota de sangre, nos convertiremos en unos hijos de puta" había dicho el profesor aquella vez en Toledo y ahora Siena tomaba conciencia de lo que pasó.

—¿Qué hiciste Denver? —preguntó la argentina, mientras se acercaba a los hombres—. Acabas de tirar todo el plan por la borda.

—Eh, eh, eh, que yo no he querido matarla. Ha sido él quien me pidió que lo haga —señaló a Berlín y se acercó a él para tomarlo por los hombros—, eres un cabrón de mierda. No te quieres manchar las manos con sangre pero sí manchas las mías.

—Si me vuelves a poner las manos encima, eres hombre muerto —respondió Berlín y sintió como Siena salía del lugar, tenía que alcanzarla—. Hay una caldera de carbón en el sótano. Tirala ahí.

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