LENA

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Lena lamentó no hablar mejor italiano cuando intentó explicar a la
recepcionista del salón de belleza que, si la mujer que esperaba al otro lado de la calle preguntaba por ella, le dijera que la señorita Luthor estaba haciéndose la cera.
–¿Tiene cita? –preguntó la chica, mirando el cuaderno de reservas.
–No –Lena sacó unos billetes de la cartera–. Solo quiero que le diga a esa mujer que voy a pasar unas horas en el salón, per favore.

Dio los billetes a la sorprendida recepcionista antes de salir del edificio por la puerta trasera hacia un patio que había descubierto en su última estancia en Positano. La puerta adyacente se abría a unas escaleras que accedían a un amplio taller. Allí había varias mesas con máquinas de coser, así como numerosos maniquíes envueltos en tela.
–Llega tarde –la mujer que saludó a Lena era baja y rechoncha, con el cabello negro recogido en un moño y mirada severa–. Si quiere aprender a coser de la mejor modista de la costa de Amalfi, espero que aprenda a llegar puntual.
–Lo siento… mi dispiace –contestó Lena avergonzada. Rosa le dio un retal de muselina.
–Veamos si recuerda algo de lo que le enseñé el verano pasado. Empiece por demostrarme que puede hacer una costura francesa.
Lena asintió y se puso a trabajar de inmediato. Durante años, se había resistido a seguir los pasos de su padre como diseñadora de ropa, pero un año atrás había llegado a la conclusión de que no desarrollar su creatividad estaba haciéndola infeliz. Tenía una habilidad natural para el diseño y los figurines de moda, y le encantaba jugar con distintos materiales, texturas y colores. Sabía instintivamente si una prenda estaba bien hecha, la importancia de cómo caía una tela y la necesidad de un buen corte para conseguir una prenda verdaderamente bonita.
El verano anterior, había encargado un vestido de noche a una diseñadora y modista local, Rosa Cucinotta. Rosa le había enseñado su taller y Lena había decidido en ese instante que quería hacer una carrera profesional como diseñadora. Pero aunque dibujaba bien, necesitaba aprender a coser, a hacer patrones y a montar prendas.
Desestimó la idea de matricularse en una escuela de moda en Metropolis por temor a que la prensa o su padre se enteraran. Si llegaba a tener éxito, quería que fuera por su propia valía, no por el dinero ni la ayuda de Lionel.

Había convencido a Rosa de que le diera clases, y al volver a Metropolis había estudiado con Sylvia Harding, una famosa diseñadora ya jubilada que había vestido a la realeza. Además, durante los seis meses que había pasado en Nacional City a, había colaborado con un par de jóvenes diseñadores.
Por primera vez en su vida había tenido que trabajar intensamente, y le había encantado.
Pasó la siguiente hora concentrada en cortar y colocar alfileres en la tela antes de usar la máquina de coser para hacer una costura con la que esperaba satisfacer las elevadas expectativas de Rosa. Cuando terminó, se sintió razonablemente contenta con el resultado. Estaba sentada junto a una ventana desde la que veía a Kara, que tomaba un café en una mesa de la cafetería que estaba al otro lado del salón.
La presencia de la guardaespaldas iba a complicar su plan de pasar varias horas al día en el taller. Habría sido más fácil decirle a Kara lo que estaba haciendo, pero se resistía a contarle sus sueños de llegar a tener una marca de moda propia.
Se le hizo un nudo en el estómago al recordar que la había acusado de ser un parásito de su padre. Con veinticinco años, Lena sabía que debería ser independiente, aunque muchos de sus conocidos, hijos de familias millonarias, vivieran de sus padres o de sus herencias. Pero ella quería ser ella misma… aunque no supiera qué significaba eso. Había dedicado su adolescencia y los últimos años de su vida a odiar a su padre, pero solo había conseguido convertirse en alguien que no le gustaba y a quien no respetaba.
Al mirar a Kara se quedó sin aliento. Tenía las piernas estiradas ante sí y sus impresionantes bíceps podían intuirse bajo las mangas de la camiseta.

Lena había visto que tenía tatuado un tigre rugiendo en la parte superior del brazo derecho. En ese momento, Kara miró el reloj. Debía de estar aburrida, pero tendría que acostumbrarse. Tal vez el aburrimiento era la clave para conseguir que dimitiera.
–¿Está cosiendo o admirando el paisaje? –preguntó Rosa con aspereza. Lena giró la cabeza y notó que se ruborizaba al ver que la modista se acercaba y miraba a Kara.
–¿Es su amante?
–¡No! ¡Claro que no!
–¡Qué pena! –Rosa se encogió de hombros–. Es muy guapa –tomó el trozo de tela en el que Lena había estado trabajando y lo inspeccionó–: Eccellente. Ha mejorado mucho. Aunque le queda mucho por aprender, veo que tiene mano.
–Gracias –Lena volvió a ruborizarse porque no estaba acostumbrada a que la halagaran.
Era consciente de que en parte era culpa suya. Su obsesión por llamar la atención de su padre le había hecho cometer todo tipo de estupideces, pero ni siquiera había conseguido que le mostrara algún interés enfadándose con ella. Además, Lionel viajaba constantemente, lo que intensificó su sensación de abandono, el mismo que había sentido de forma devastadora cuando su madre la había abandonado de pequeña.
Ver a Lilian en Metropolis después de más de una década había sido una experiencia extraña, y más aún saber que tenía un hermanastro, Lex. Su madre le había explicado que estaba embarazada de su amante ya antes de dejarlos a ella y a su padre. Había intentado llevarse a Lena con ella, pero Lionel se había negado y a cambio le había ofrecido una generosa cantidad de dinero para que le cediera la custodia y no intentara nunca ponerse en contacto con ella.
Lilian había sacrificado la relación con su hija y había aceptado el dinero de Lionel, y aunque Lena comprendiera sus razones, no le resultaba menos doloroso sentirse como un peón en la amarga ruptura de sus padres.
Al menos habían retomado su relación y, aunque nunca tendrían el vínculo normal entre una madre y una hija. Lena había prometido a Lilian que iría a visitarlos a ella y a Lex. Estaba a punto de empezar un nuevo capítulo de su vida y de lanzar su carrera profesional. Por primera vez tenía un propósito y la determinación de alcanzar el éxito.

Su inesperada fascinación por Kara Danvers era completamente inapropiada. Volvió la mirada de nuevo hacia ella. No tenía sentido que le atrajera una de los esbirros de su padre. Sabía que Lionel la había contratado para que controlara su comportamiento, y Lena no comprendía por qué le tentaba contarle que la mayoría eran historias inventadas por los paparazzi, que había fingido ser una mariposa social, saltando de fiesta en fiesta, de un amante a otro, para castigar a su padre y recordarle que existía.
Pero admitirlo sería tanto como arrancarse la máscara tras la que se ocultaba y dejar expuesta a la verdadera Lena Kieran Luthor, la mujer vulnerable y frágil, la chica solitaria a la que todo el mundo abandonaba. No podía permitir que una mujer perturbadora la desviara de su camino. Estaba empezando un viaje de autodescubrimiento y una mujer con la sensualidad de Kara Danvers representaba una distracción demasiado peligrosa.

–Juraría que lleva la uñas del mismo color que antes de ir al salón de
belleza hace dos horas –dijo Kara cuando Lena se aproximó a su mesa.
Se puso en pie y ella tuvo que alzar la barbilla para mirarla a la cara.
Lena odiaba lo pequeña que le hacía sentirse, y no tanto por su imponente físico como por el aire de autoridad y poder que debía de haber adquirido en el ejército.
Se encogió de hombros.
–Son acrílicas y tengo que cambiarlas cada dos semanas. Ya le he dicho que se aburriría –declaró con una sonrisa falsa. Kara frunció el ceño.
–¿De verdad no puede pensar en nada más interesante que cuidar de su cuerpo?
–Será mejor que recuerde que es una empleada, no mi guía espiritual – replicó Lena enfadada. Dio media vuelta y pasó de largo junto a su coche–. Acabo de hablar con mi amigo Maxwell y voy a pasar la tarde en su yate. No necesito una guardaespaldas –dijo a Kara por encima del hombro–. Vuelva a la villa. La llamaré para que venga a recogerme.

Aceleró el paso por las calles peatonales, pasando junto a restaurantes, galerías de arte y boutiques. Durante el verano, Positano estaba lleno de turistas y tuvo que abrirse camino entre ellos para bajar a la playa. Cuando estaba a punto de entrar en Giovanni’s, percibió a alguien a su espalda y al volverse lanzó una mirada de indignación a Kara.

La Guardespalda Que Temia Al AMOR..Donde viven las historias. Descúbrelo ahora