Capítulo 13.

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Diciembre, 2019.

Joaquín no podía dejar de observar el rostro de Emilio dormido. Él siempre había tenido esta preciosa carita que parecía tallada por los mismos ángeles, con piel cremosa y sin ninguna imperfección, tan suave al tacto como a la vista.

Sus facciones eran más definidas, más maduras, pero seguía viendo el fantasma de su adolescencia sobre el rostro maduro de ahora. Habían cambiado, ambos, durante todo este tiempo, eso era obvio. Eran mayores, en verdad ya no eran los mismos hombres de hace 7 años, ya tenían sus propias carreras hechas, aunque aún les faltaba más por lograr, tenían más seguridad y confianza, más gente que los amaban y querían lo mejor para ellos. Y sobre todo, tenían la fuerza suficiente para ser ellos mismos sin miedo a que los volvieran a censurar o querer derrumbar.

Ahora sí encendió bien la chimenea y el calor del fuego era acogedor, pero creía que era más porque Emilio lo tenía rodeado con sus brazos y piernas, abrazándolo con fuerza. Apenas tenían los boxers puestos pero el calor de ambos cuerpos, las cobijas y el cobertor, más el fuego era suficiente para no sentir frío. Podía ver por el rabillo de su ojo y sobre su hombro cómo seguía nevando, había olvidado cerrar bien las cortinas y la luz pálida del amanecer iluminaba poco a poco el piso del cuarto.

Volvió a acomodarse cerca de Emilio, logrando que él se quejara un poco y volviera a abrazarlo más fuerte, sin poder dejar de ver ese precioso rostro. Quedaban dos días. Solamente dos días...

Joaco podía sentir la arena del tiempo desapareciendo entre el pasar de la luz y el fuego apagándose hasta quedar en brasas. Solo quedaban cerca de 48 horas, tal vez menos, tal vez más y aún tenían tanto de qué hablar. Tenía que serle sincero, ayer habían empezado y quería seguir, ya no podía perder a Emilio de nuevo.

Y si no lo recuperaba por completo, al menos tenerlo cerca de él como su amigo valdría la pena... O eso esperaba.

Suspiró y sacó una mano de entre sus cuerpos, donde estaba caliente y a salvo del aire frío, y acarició con suavidad el rostro ajeno. La primera vez que durmieron juntos, creyó que sería incómodo al despertar, pero fue algo tan natural y divertido. No sabían sin darse un beso con sabor a recién despierto, o irse a lavar los dientes y luego besarse o qué... Pero terminaron teniendo sexo mañanero y no se levantaron de la cama hasta las 12 del medio día.

Dejó los dedos otra vez escondidos entre sus cuerpos y sonrió con nostalgia. Habían tenido momentos hermosos, divertidos y a veces demasiado cursis... Pero eran sus momentos, sus recuerdos, lo que los hacía tan felices hasta que el dolor del mundo fuera de su apartamento fue demasiado para ellos y tuvieron que alejarse.

O Joaco se tuvo que alejar, más bien. No se sentía mal por haberse ido porque necesitó ese tiempo para pensar en qué harían ahora. Pero sí le dolía haberse permitido ser tan débil y que alguien más le dijera qué hacer en su vida para no perder lo que empezaba a construir, pensó que era lo mejor pero cuando habló con Camila ese día de enero se dio cuenta que no podía seguir así, dejando que alguien más dictaminara qué hacer, qué amar, qué aparentar...

Fueron tantas cosas que tuvieron que pasar para volver a estar así, juntos, en la misma cama y con el mismo sentimiento de seguridad. Pero todavía tenían que arreglar tanto entre ambos y por ambos...

Se lo debían.

.

Ni siquiera se dio cuenta de cuando se volvió a quedar dormido con el rostro escondido debajo de la barbilla de Emilio, solo sentía su cabeza bajar y subir por el movimiento del pecho del mayor, y la pesadez del entre sueño lo quería arrastrar otra vez a dormir, pero las manos ajenas tan conocidas recorriendo su espalda y rizos lo empezaron a despertar, al igual que a ocasionarle un muy agradable escalofrío en su espina dorsal.

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