Recuerdo haber estado mirando el reloj, contando cada minuto de retraso. Comenzaba a sudar bajo el perro sol mañanero de Madrid. La nuca se me calentaba y podía sentir cómo la incómoda tela de esa ridícula ropa que Pandora me había obligado a comprar se me pegaba a la piel. No sabía cómo había podido acceder a semejante ridiculez. Vestir un pantalón color mostaza y una horrenda camiseta morada al estilo hippie de los setenta solo se le hubiera podido ocurrir a Pandora. Las zapatillas de romano daban el toque final a mi imagen de gilipollas. Aun así, decidí enfocar todo mi mal genio en el retraso de Pandora y olvidar la nefasta e insufrible ropa que llevaba puesta. Habíamos quedado que me recogería a las nueve en punto de la mañana del domingo, pero cada vez que miraba el reloj, las manecillas se alejaban más y más de la hora acordada y comenzaba a enfadarme.
El sol, la incómoda ropa y el retraso de cuarenta y cinco minutos no era un buen comienzo. Un viaje de cinco horas desde Madrid hasta Sos del Rey Católico ya era de por sí agotador, y no quería ni pensar en que iba a ver a mi padre por primera vez en cinco años.
Intenté rebajar mi nerviosismo silbando una canción mientras me paseaba por la acera frente al club. En ese momento podía jurar que estaba siendo observado. Sentía mil ojos puestos sobre mí, pero decidí ignorar la sensación mientras el nerviosismo se convertía en irritación, la irritación en frustración y la frustración en aburrimiento. Pandora no llegaba a recogerme y me comenzaba a plantear la idea de irme.
Justo cuando había dado un paso para entrar al club, escuché en la lejanía un escándalo producido por un claxon. Achiqué los ojos para visualizar mejor lo que se aproximaba, y cuando ya estaba frente a mí, pude ver que era Pandora en una furgoneta colorida; coloreada con dibujos de plantas, orugas y muchos animales. Cuando se detuvo justo frente a mí, Pandora se asomó por la ventanilla y me miró con una sonrisa exagerada.
—A ver, guapo, ¿quieres que te lleve?
—Llegas tarde. Una hora y tres minutos para ser exactos —repliqué de inmediato.
Pandora esbozó una sonrisa algo avergonzada.
—Vale, lo sé. Disculpa, me he quedado dormida. —Me crucé de brazos —. He tenido que encargarme de varias cosas antes de venir. Tampoco vivo muy cerca que digamos.
En ese mismo instante escuché los ladridos de un perro justo en la misma dirección que Pandora. La miré con asombro, en búsqueda de alguna explicación, y esta sonrió aún más nerviosa.
—Me temo que tendremos a un acompañante más...
—¡Pandora, por Dios!
—¡Vale, lo siento! Pero es el Señor Peper, hoy le daremos su mejor último día.
Por la ventanilla se había asomado un perro gigante vestido igual que Pandora, con gafas hippie y un pañuelo colorido, y salpicó sus babas cuando se sacudió. Cerré los ojos y tomé un largo respiro para no perder la paciencia. Lo que le faltaba al día; un perro gigante y peludo esparciendo su baba por todo el camino durante cinco horas.
—¿Y si soy alérgico a los perros? —inquirí para exponer una posibilidad que estaba seguro no se había planteado. Ella me miró por encima de sus gafas.
—¿Eres alérgico a los perros?
—No.
—¡Entonces sube! ¡Llegaremos tarde si no te das prisa!
—Y ahora eres tú la que se preocupa.
En cuanto me subí a la furgoneta, el perro peludo me lamió la cara y yo me estremecí con asco. Pandora sonreía con entusiasmo mientras yo desfallecía por las babas del Señor Peper en mi rostro.
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La Esquina de los Feos
General FictionEsta obra está registrada. * * * Durante toda su vida ha sido feo. Contar su historia en un motel barato ha comenzado a ser su óctuple sendero. Sabe bien que debe ponerle punto final a su sufrimiento, y para ello solo necesita papel y l...