VI: TUERTO

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Era imposible no notar que ella estaba allí sentada en la esquina de una vieja parada de autobús. Llevaba una horrenda y llamativa peluca color naranja. Podía confundirse con una señal de tráfico. Sus ojos me miraron bien abiertos, supongo que espantada por mi desgarrador grito de frustración. Me lo pensé dos veces antes de decidir caminar hacia ella y sentarme justo a su lado. Ambos permanecimos en silencio, y cómo no, fue ella quien abrió su boca para hablar, pero levanté mi dedo índice para que no lo hiciera. La vi tragar saliva fuertemente. De verdad le costaba mantenerse callada. Ella me miraba fijamente; podía sentir sus ojos clavados en mi nuca. Giré mi cabeza para encararla y ella rápidamente apartó su vista de mí.

—A ver, escúpelo. Siento que tus pensamientos me van a volver loco —le dije mientras soltaba una bocanada de aire que me vi necesitando.

—¿Cómo van a enloquecerte mis pensamientos si ni siquiera sabes cuáles son? —replicó con su tono melodramático. Y es que así era ella: dramática.

—Porque los puedo sentir rebotar en mi nuca. No es difícil notar que quieres decirme algo. Pero si no quieres hablar, pues...

—¡Te he traído un regalo! —soltó de pronto con la expresión de una niña que acaba de ver al ratón de Disney. Puso frente a mis narices una caja color verde esmeralda con un lazo rojo mal hecho. En ella había una fecha garabateada con tinta negra:

14 de octubre de 2006

La miré a los ojos y ella me alentó con la mirada para que abriera la caja.

La abrí y lo primero que de mí salió fue:

—¿Qué es esta cosa tan fea?

Era un peluche maloliente, con un solo ojo chueco y completamente descosido.

—Que no, es lindo. No me lo insultes. He pagado cincuenta euros por él. Se llama Tuerto.

—¿Quién paga cincuenta euros por algo así?

—Pues yo. El viejito del mercado quería regalármelo, pero no, hombre, no quise. Le pagué cincuenta euros.

—¿Qué clase de juego retorcido andáis jugando? Tienes veintidós años, Pandora. ¿Todavía juegas con muñecos?

—¿Cómo sabes mi edad?

—Te he estado siguiendo.

—¡Vaya, me has pilla 'o! Pero que no, hombre. Dejando de lado tu drama, este muñecón merece un par de años más. ¿No somos nosotros los que le damos el valor a las cosas? A mí me parece algo chulo. Para mí vale cincuenta euros, y quería regalártelo a ti.

Sí, claro; y el azul no es azul sino verde. No admites que sigues siendo una niña, y una muy mentirosa.

—¿Y por qué a mí?

—¡Porque es como tú! Todo el mundo piensa que es feo, pero a mí me parece una cosa muy chula. ¿A poco no es prechiocha esta coshita? Para mí vale cincuenta euros.

Recuerdo haber mirado con atención al muñeco y pensar que para mí era feo. Pero Pandora decía que era "prechiocho", así que decidí echar a un lado mis prejuicios y aceptar su regalo.

La miré y sonreí. Ese gesto parecía bastarle como agradecimiento.

—Entonces eso valgo, cincuenta euros —le solté al darme cuenta de que ella me sonreía demasiado.

—Pues yo quería darle un billón de euros al don, pero no tengo ese dinero en mi cuenta —me dijo en medio de una sonrisa que me resultó divertida. La miré de reojo. Ella me estaba tratando bien, incluso después de haberla hecho sentir tan mal el día anterior.

La Esquina de los FeosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora