Final Countdown

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Final Countdown

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Final Countdown

Un mes

Howard Stark siempre estuvo enamorado de Stephanie Rogers. La vio convertirse desde una muchachita que una brisa podía derribar a una amazona impresionante que lo cautivó con el brillo de sus ojos azules. Su amabilidad, su rectitud, su alegría, su idealismo y su inocencia terminaron de desarmarlo y cayó por ella como un niño. Cuando Steph se hundió en el hielo, su corazón se fue con ella. Se obligó a sí mismo a seguir, pero jamás cedió en sus esfuerzos por encontrarla, tanto que incluso dejó a su familia de lado y se encargó de convertir cada paso de su hijo en un martirio al compararlo siempre con la perfecta y recta Capitana América.

Tony creció con el fantasma de aquella mujer pesando sobre su familia. Sabía que su padre no amaba a su madre y que él había sido concebido sólo como una pieza más para el imperio de su padre: la corporación Stark no sobreviviría sin un heredero. Stephanie Rogers siempre fue una espina en el costado de su padre, la única cosa que nunca pudo tener y descargó su frustración en su familia. Esa misma frustración llevaba Tony en la espalda cuando ella apareció finalmente en el hielo, viva y más bella que nunca. Cuando la conoció, se dijo que ahora comprendía al viejo. Era imposible permanecer imperturbable ante una visión como ella.

Se dijo que su mejor venganza contra el bastardo de su padre sería hacerse él con el amor de Stephanie. Si él lograba tenerla, su padre se retorcería en el infierno hasta el fin de los días. Con eso en mente, se ocupó de acercarse a la capitana, de ofrecerle su ayuda, de estar a su lado en cada paso que dio, en cada decisión. Steph comenzó a verlo como un gran apoyo, un amigo incondicional y dejó caer sus defensas frente a él, permitiéndole formar una parte cada vez más importante de su mundo. El moreno le recordaba a su padre, tan lleno de orgullo y de entusiasmo, de inteligencia y de encanto a partes iguales.

Sin embargo, ella no se enamoró de Tony. Cuando el millonario logró hacerse de su confianza y hacerse su amigo, ella ya había entregado su corazón. En silencio. Sin decirle a nadie que sus sueños se veían poblados de un par de ojos verdes que parecían mirarla sin verla. Stephanie Rogers amaba a Nathan Romanoff, aunque jamás lo diría en voz alta. Nathan era inalcanzable para ella. Stephanie era una mujer de su época, repleta de sueños e ilusiones que para el espía no eran más que un juego o de plano, una pérdida de tiempo. Steph quería descansar de aquel trabajo de salvar al mundo, quería una familia, una casa con una valla blanca y un jardín de rosas. Nathan quería ser el mejor en su trabajo y limpiar sus antecedentes de la sangre que los empañaba.

Por eso, se mantuvo en silencio, contemplándolo a la distancia, sin saber que el espía ruso la amaba de un modo que lo superaba, que lo ahogaba, que lo desenfocaba. Varias veces se sorprendió pensando en ella y en su sonrisa, en su cabello dorado ondeando al viento, en sus ojos profundos, en su risa musical, en la fuerza de sus convicciones. Ella era su debilidad, su punto flaco, su talón de Aquiles y por eso se obligaba a permanecer alejado, evitándola al tiempo que la deseaba con toda el alma. Tan bien hizo su papel, que Stephanie realmente creyó que él jamás podría corresponderle.

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⏰ Última actualización: Jun 19, 2020 ⏰

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