Martín

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Martín se despertó con el ruido de la radio que venía de la cocina, eso significaba que alguien estaba por empezar a cocinar.

Le costó incorporarse en la cama debido a la gran cantidad de frazadas y ropa que tenía encima de él. Anoche había sido una de las más frías desde que comenzó el otoño.

Miró a su derecha y aún dormían sus dos hermanos, Josías de 6 y Lauti de 4. Martín era el mayor, y con 8 años ya sabía leer y escribir en cursiva, un gran logro para él.

La habitación estaba helada, como de costumbre. La garrafa de la estufa se había terminado. Y el almacenero se negaba a fiarles sin que hayan pagado lo que debían.Era un departamento pequeñísimo, en el barrio El Tejado, donde vivían junto a su mamá Verónica y su abuela Claudia.

Ambas trabajaban limpiando casas por hora, pero hacía más de un mes que no podían salir a trabajar por la cuarentena obligatoria debido al coronavirus, eso había complicado aún más las cosas.

Aunque trataban de mantener una actitud positiva, había veces que alguna de las dos no podía dormir, o despertaba en el medio de la noche, con un nudo en la garganta y la incertidumbre del mañana.

Claudia abrió la alacena y quedaba solo para una comida, de fondo sonaba Love Is A House, canción de su juventud, miles de recuerdos invadieron su mente. Cerró los ojos llenos de lágrimas y comenzó a bailar. Bailaba por su hija, por sus nietos.


Bailaba, con su cabello rizado, recordando su juventud, recordando una vida más sencilla.

Donde todo estaba más claro que ahora, donde era feliz. De pronto sintió que unas manos tibias le rodeaban la cintura, era Martín, quien comenzó a bailar abrazado a ella.

Ninguno dijo nada, pero los ojos de ambos su humedecieron, y supieron que nada más importaba.

Escritos de cuarentena.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora