7. SALTÉ

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Gèrard se despertó cuando unos intensos rayos de luz le dieron de lleno en la cara. Abrió los ojos con lentitud, dejándose tiempo para acostumbrarse a aquella luminosidad. Estaba un poco descolocado y con una sensación extraña metida en el cuerpo. Se concentró en ir analizando su estado anímico y corporal. Sintió un leve peso en una zona peligrosa. Oh, oh... Bajó la vista y vio cómo Anne descansaba su mano en la zona baja de su estómago. Puede que él estuviera aún adormilado, pero una zona de su cuerpo estaba demasiado viva para su gusto, y más teniendo compañía. Apretó los dientes e intentó moverse, con extrema precaución, para evitar cualquier contacto que acabara en desgracia. Iba a tomarle la mano para colocarla en otro lugar, pero no le dio tiempo. Ella se movió y la situación solo empeoró; ella bajó más la mano, tocándole directamente. Un calor insoportable empezó a subir por su cuello hasta encenderse en sus mejillas. Respira, respira tranquilo. En lugar de eso, un suave gemido escapó de sus labios y ella entreabrió los ojos, clavando sus somnolientos ojos en su cara. Él se sintió morir de vergüenza.

Lo primero que vio Anne al abrir los ojos fue su rostro. Parpadeó un par de veces y vio cómo él estaba cohibido. Trataba de esconder su cara bajo la almohada y ella desconocía la causa. Confusa, dio un rápido repaso con la vista a su alrededor y se dio cuenta de dónde tenía su mano, majestuosa en su paquete. Desde luego, hija, tienes un arte, se dijo. Se deshizo de las últimas motas de sueño que se enganchaban en sus pestañas. Se apoyó sobre su antebrazo, ladeada para poder mirar al chico, y movió su atrevida mano, con delicadeza, hasta el elástico del pantalón del chico, sus dedos trepando para adentrarse en su interior.

— Anne...—su voz era grave, ronca, temblorosa.

Ella solo se adentró más, como el explorador que desea descubrir nuevos territorios, el frío de su piel contrastando sobre su ardiente piel. Ella se deleitó con cada caricia que le daba, pues sabía lo que provocaban en el chico, y siguió su viaje, bajando hasta llegar a la zona crítica.

— No sabía que te despertaras tan contento por las mañanas—su tono estaba cargado de diversión, pero para el chico aquello le parecía una tortura—. Tan duro de pelar, duro de pelar —añadió cantando en voz baja, rememorando la canción de Rebeca, medio riéndose por su ingeniosa ocurrencia.

Anne decidió cambiar de táctica, cambió al factor sorpresa y, sin tapujos, le bajó las prendas que se interponían para inmediatamente agarrar su miembro entre su mano. Gèrard tartamudeó algo ininteligible, le costaba respirar con normalidad. Aquello no podía estar pasando. La apartó bruscamente, no podía soportar aquello, necesitaba desfogarse, o explotaría, pero quería hacerlo en privado. Tenía que buscar un plan de evacuación.

— Para, por favor...

La chica rio, buscando su cara, enmarcándola entre sus manos mientras lo besaba, haciendo tiempo para que no se marchara.

— Gèrard —hablaba entre beso y beso—. Solo quiero ayudarte a... aliviar ese incendio que...ya sabes —pronunciaba cada sílaba con una sensualidad apostada. Se sentía poderosa y eso le encantaba, estar en control del momento.

— No... Necesito ir al baño... estar solo.

— Gèraaaard—se quejó esta, con voz a la par peligrosa y suplicante.

Él estaba dispuesto a irse, pero ella lo acorraló, impidiendo su huida, y enganchó sus piernas alrededor de su cintura y lo tumbó en la cama. Se movió para poder descansar sus manos en su pecho y, juguetonamente, hizo presión con sus caderas sobre su palpitante y duro genital. Él soltó otro gemido, esta vez demasiado fuerte para su gusto. Necesitaba escapar de allí.

— Anne...—suplicó—, apiádate de mí y déjame ir...Esto no va contigo.

— No me lo creo —dijo con la mirada clavada en su órgano—. ¿Acaso no soy yo, en buena medida, el detonante de esta tragedia fisiológica? Qué menos que me involucre.

Mi suerteWhere stories live. Discover now