1. LA BIENVENIDA

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Unos meses después. Finales de septiembre. 


Su despertador sonó. Ella, medio adormilada, palpó con su mano en la mesilla de noche hasta dar con el objeto y, tras un poco de esfuerzo, consiguió apagarlo, sin llegar a abrir los ojos en ningún momento. Minutos más tarde, aporrearon en su puerta. Balbució algún tipo de respuesta, aunque ininteligible.

— Anne, es hora de que despiertes —dijo una voz grave.

— V-voy, aita —respondió ella a duras penas.

Siempre le costaba horrores salir de la cama. Con lo bien que se estaba allí. Pero entonces, cuando volvía a sumergirse en un leve sueño, su móvil empezó a sonar. Cogió el teléfono:

— ¿Sí? —respondió como pudo a la llamada.

— Tía, ¿te acabas de despertar?

— ¿Tú qué crees?

— ¿Pero ya lo tienes todo listo? ¿A qué hora coges el avión?

— Ay, Eva, no me estreses...

— Anne, que son las doce y media, no las siete de la mañana.

— ¡¿Qué?! —contestó Anne saltando de la cama—. En una hora he quedado y tengo que terminar la maleta. ¡Qué desastre!

— Pero tía, ¿a qué hora llegas?

— Un momento, lo miro en el billete. A ver... Aquí está. Lo cojo a las seis y llego a las siete y media. Llegaré al piso sobre las ocho o así, supongo.

— Perfecto.

— ¿Por qué preguntas? No estarás tramando algo, ¿no?

— Qué va Anne. Es que quería ir a hacer deporte y era por saber la hora para estar en casa y recibirte como es debido.

— Ya... Bueno, tengo que dejarte. Nos vemos pronto.

— Hablamos por whatsapp.

— Vale. Adiós.

Tras colgar, metió las últimas cosas en su maleta, se vistió y salió de casa a todo correr. Cuando llegó, diez minutos más tarde, sus amigas ya estaban en la mesa bebiendo cerveza.

— ¡Hola! Siento llegar tarde, chicas. ¿Lleváis mucho tiempo esperando? —preguntó mientras las abrazaba.

— Sí, ya vamos por el postre, de hecho —respondió una de sus amigas mientras se reía.

— No seas mala, Amaia. Qué va, Annecita, no te preocupes. Justo estábamos hablando de lo orgullosas que estamos de ti, cariñiti.

— Jo, Mai, Amaia, sois las mejores. Gracias por empujarme a echar la solicitud.

— Ay, Anne, la gente va a quedarse embobada contigo de lo mágica que eres. Qué ganas de colaborar contigo también, y de que las tres compartamos escenario por fin, nos sentíamos vacías sin ti.

— Anda, anda...qué exagerada. Os recuerdo que yo no soy ni como tú, Amaia de España, que lo estás petando por todo el país con tus discazos —dijo mientras miraba a una de sus amigas, girándose instantáneamente hacia la otra— ni como tú, Chica Sobresalto, que eres también arte. Es que desde luego, vaya suerte tengo de ser amiga de estas artistazas.

— Somos las brujitis pamplonicas de la música. Anne, harás magia, ya te he dicho siempre que lo que desprendes es único —respondió Mai con una sonrisa de oreja a oreja.

Mi suerteWhere stories live. Discover now