Capítulo 1: La llegada

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A Derek no le gustaba estar allí, de hecho, lo odiaba. Si no fuera porque su tío lo había obligado, él seguiría en su escuela, en Suecia, preparándose para los EXTASIS. Pero un muy emocionado Peter había irrumpido en medio de su clase de pociones para hablar con él en privado, tampoco era como si pudiera negarle algo al director. Y, cuando le contó que se iba a reinstaurar el Torneo de los Tres Magos, Derek solo arqueó una de sus espesas cejas inquisitivas. Por supuesto, Peter quería que participara. Es más, si no hubiera estado obligado a llevar a todo aquel que quisiera intentar salir elegido campeón, estaba seguro de que solo habría arrastrado a Derek consigo. Porque Derek era sus sobrino, y el capitán del equipo de quidditch, y el líder de los prefectos, y el estudiante con la mejor media de todo Durmstrang, además de ser el orgullo de Galkin, su casa. Y, por eso, todos sabían que la presencia de sus compañeros en ese barco era mera formalidad, porque era su nombre el que saldría disparado de entre las llamas de El Cáliz de Fuego. Y si no, su tío se encargaría de arreglarlo. Aún así, le aliviaba compartir esta desagradable situación con sus amigos, los pocos que había conseguido hacer en sus siete años de estudios. La personalidad de Derek Hale no era algo fácil de sobrellevar, por eso le sorprendió tanto el día que, en segundo curso, tres chicos de su casa se sentaron junto a él en la biblioteca. Eran ruidosos y algo molestos, pensó, pero aún así, se pegaron a él como lapas. Los gemelos eran, indudablemente, los peores. Aunque ya supiera diferenciarlos perfectamente, aún no sabría decir quién era más irritante de los dos. Aiden siempre tenía alguna broma preparada para molestar a los demás cursos, mientras Ethan parecía tener un repertorio ilimitado de chistes malos. Isaac era más sosegado, sin embargo, aunque podía llegar a ser muy exasperante si se lo proponía. A pesar de todo, aquella extraña amistad parecía ser lo bastante sólida como para que ninguno se inmutara ante las gélidas miradas de Derek. Lo apreciaba, aunque nunca lo admitiría.

Llevaban horas de viaje en aquel viejo barco de madera, que no hacía más que crujir, cuando el navío viró abruptamente hacia la derecha y el timonel anunció tierra. Todos los viajeros subieron emocionados a cubierta. Apenas habían veinte alumnos, el director, el capitán y unos cuantos miembros de la tripulación. Ante ellos, en medio de una densa niebla muy típica de Escocia, entre verdes túmulos rocosos, se alzaba Hogwarts en toda su imponente figura. Todos murmuraban, llenos de curiosidad, pero Derek se limitó a cruzar las manos tras la espalda y colocarse firme junto a su tío.

La nave atracó en la orilla del lago y los sobreexcitados estudiantes bajaron entre cuchicheos.

- Por fin llegamos, tío. Pensé que el viaje no acabaría nunca.

Aiden estiraba la espalda, con los brazos sobre su cabeza, mientras Isaac y su hermano se colocaban junto a él.

- ¿Qué creéis que nos encontraremos? - Preguntó un agitado Ethan. Y es que los gemelos nunca habían viajado antes. A penas salían de la escuela, ni siquiera en vacaciones. La mayoría de los padres de los estudiantes de Durmstrang, preferían que sus hijos siguieran educándose en la disciplina y el auto control hasta durante las fiestas.

- Yo he oído que este colegio está plagado de sangre-su... - Aiden se interrumpió, dándose cuenta de lo que estaba a punto de decir. Carraspeó levemente antes de continuar. - De nacidos de muggles.

Durante años, Durmstrang había sido famosa por abrazar las artes oscuras. La cantidad de mortífagos que salieron a la luz de entre los profesores, los estudiantes y las familias, era casi ridícula. Pero todo aquello pasó hace mucho tiempo, casi quince años atrás. La regla que prohibía a cualquiera que no tuviera ascendencia puramente mágica ingresar en la escuela había sido revocada, justo cuando el nuevo director, Peter Hale, fue contratado y obligado a ello por el Ministerio de Magia. Aún así, Durmstrang no contaba con ningún mestizo entre sus estudiantes. Y Derek no podía culparlos, los prejuicios aún eran una pesada losa sobre la escuela, y ni siquiera los más clasistas intentaban esconderlos. Y esa era otra de las razones por las que ir allí era una mala idea.

- Bueno, pase lo que pase, esta será una experiencia interesante.

Sin mediar palabra, Derek caminó, siguiendo la fila de sus compañeros hasta la monumental construcción. Ya en la puerta, un hombre viejo y desgarbado los recibió acompañado de una siniestra gata de ojos rojos. Le pareció escuchar su nombre, algo como Finch, o Filch. No estaba seguro. Siguieron al hombre por los sinuosos pasillos hasta llegar frente a dos enormes puertas de madera. Allí esperaron, escuchando una suave melodía salir del interior y, más tarde, escandalosos vítores y aplausos que los pusieron a todos alerta. Estaban a punto de hacer su entrada.

- Ahora, recibamos a nuestros invitados del norte. ¡El Instituto Durmstrang!

Y esa era la señal. Las hojas de las puertas se abrieron, dejando ver cuatro mesas de excitados alumnos que los miraban ojipláticos. Derek sabía porqué, los estudiantes de su escuela imponían respeto allí donde iban, y su pequeño teatrillo no iba a ser diferente. Sus casacas rojas carmesí destacaban sobre los ajustados pantalones de cuero negro, con los emblemas de las casas elegantemente bordados en el pecho, mientras avanzaban al frente de la sala. Sus compañeros arrancaban chispas del suelo, golpeándolo con los bastones en la sincronizada danza tribal. Él se limitaba a pasear junto a su tío, porque este no había querido que participara en el espectáculo, consideraba que, citando textualmente, "tú ya eres un espectáculo por ti mismo". Y Derek había rodado los ojos, como siempre hacía, porque, por una vez, el favoritismo de Peter no le molestaba. No, si le libraba de participar en toda esa parafernalia. Así que, Derek se limitó a caminar y a echar un vago vistazo a su alrededor.

Le sorprendió enormemente ver el colorido mar que se desplegaba por las mesas, cuatro colores mezclados al ton ni son. Se suponía que cada casa debía sentarse con los suyos, no era ninguna ley escrita pero, así es como debía ser, ¿no? También vio a un grupo de jóvenes vestidas de azul, y a una medio gigante sentada junto a Minerva McGonagall, la directora de Hogwarts. Beauxbatons debía haber llegado antes que ellos.

Para cuando los dragones de fuego se apagaron, los alumnos de Durmstrang se encontraban perfectamente alineados, en una fila que más parecía la formación de un grupo de soldados que de unos alumnos.

- Es un honor recibiros. Espero que encontréis vuestra estancia en Hogwarts verdaderamente placentera. - Habló McGonagall. La maga tenía un rostro apacible, lleno de arrugas, y unos ojos azules que brillaban con vida. A Derek le pareció agradable pero, como siempre, no mostró ningún tipo de emoción mientras la mujer les daba la bienvenida. - Esta noche tendrá lugar la ceremonia de El Cáliz de Fuego pero, por ahora, sentaos y disfrutad de los manjares que nuestros cocineros han preparado especialmente para vosotros.

Peter le dio un breve apretón en el hombro y se adelantó para ocupar su lugar junto a las directoras, mientras ellos se sentaban en el espacio libre de una de las mesas.

- ¿Habéis visto eso? ¡Las casas están mezcladas! - Ethan estaba genuinamente sorprendido, y no era el único. Incluso a Derek le resultaba extraño.

En Durmstrang, era impensable que alguien se sentara con una casa que no era la suya, es más, aquel viaje era la única ocasión en la que miembros de diferentes casas compartirían un espacio tan cerrado. Pero en Hogwarts parecía tan natural. Si no recordaba mal, por lo que le había oído decir a su tío, la escuela estaba dividida en gryffindors, los valientes y honorables, ravenclaws, los inteligentes y creativos, hufflepuffs, los justos y leales, y slytherins, los astutos y ambiciosos. Sin embargo, Derek acababa de ver a una ravenclaw pasar el brazo por los hombros de un hufflepuff, y a un gryffindor tirar un trozo de pan a la cara de un slytherin. mientras ambos reían divertidos. Y todos parecían llevarse tan bien, que Derek se sentía como si acabara de aterrizar en otro planeta. Sin embargo, no le dio mayor importancia y centró su atención en la comida que acababa de aparecer frente a él. La cantidad era ridícula, y dudaba mucho de los beneficios nutricionales del pudding. Hizo un mohín y se sirvió una porción de guisantes y un muslo de pollo. En Durmstrang seguían una dieta estricta, perfectamente equilibrada para que sus cuerpos recibieran las calorías necesarias para mantenerse en forma, ni una más, ni una menos. Allí daban tanta importancia a su forma física como a sus habilidades mágicas, por eso, mirar a sus compañeros era contemplar un conjunto de cuerpos musculados y complexiones firmes. Hogwarts era un atajo de enclenques en comparación. Aunque, a sus amigos no parecía importarles lo poco saludable que era la cena, pensó, observando con disgusto el plato de Isaac, hasta arriba de puré de patatas y costillas en salsa.

Los de Durmstrang también solían comer en silencio, con el tiempo muy limitado, antes de volver corriendo a clase. Sin embargo, el alboroto en Hogwarts era ensordecedor. Derek concluyó que hacía falta mucha disciplina en aquel lugar.

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