Capítulo cinco

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Nanaba había sido incapaz de levantarse de la cama, la mayor parte del día estuvo dormida y ni siquiera tuvo la voluntad de lavarse los dientes. A veces lloraba, a veces simplemente se queda mirando el techo, imaginando todo lo que pudo haber sido, pero no fue. Así se la pasó todo el fin de semana.

Hanji había tratado por todos los medios de animarla, pero sus esfuerzos no conducían a nada. Sabía que por mucho que deseara ver bien a su amiga, no había mucho que ella pudiera hacer, excepto dejarla quedarse con ella. Pensó que tal vez el lunes Robbins se sentiría mejor, pues tendría que ir a trabajar, pero no fue así.

Cuando fue lunes por la mañana, Nanaba ni siquiera se dignó a poner la alarma. Hanji había entrado al cuarto de visitas para despertarla, sin embargo Nana se negó rotundamente a salir de la cama. "No puedo ver a Mike" le dijo. Y ella entendió. Bueno, no realmente, pero dejó de insistir.

–Mi mamá llegará dentro de unas horas –mencionó desde el lumbral de la puerta, sosteniendo el pomo–, así que no estarás sola.

–Ya –contestó sin ganas, acomodándose de tal manera que le daba la espalda a la puerta y, en consecuencia, a Hanji.

–Te amo –susurró.

No hubo respuesta, así que Han se limitó a cerrar la puerta soltando un suspiro. Es increíble como las cosas cambian de un momento a otro. Jamás se habría imaginado a su amiga en tales condiciones; como si le acabaran de arrancarle el alma, demasiado adolorida como para llorar y oliendo a trasero.

Con paso vacilante salió del departamento.

Justo por ese tipo de cosas es que ella no se permitía aferrarse a las personas, con su mejor amiga bastaba. Su mejor amiga y la mujer que la vio crecer, obvio. Nadie más. Seamos claros, ¿era necesaria más gente en su vida? No. No necesitaba a nadie más que esas dos alocadas Nanas.

Todos se van en algún momento, absolutamente todos. Su madre se había ido, su padre se había ido; su sol y su luna. Si esas dos personas tan importantes la dejaron atrás como si fuese un maldito calcetín sin par, ¿por qué debería confiar en que se quedarían los demás? Sus dos astros abandonaron el cielo, dejándola en completa obscuridad.

Es verdad, no todos son iguales. Eso Nanaba se lo había taladrado en la cabeza. Pero sí que nos parecemos en algo, y nadie puede negarlo; todos hemos estado rotos y cegados de dolor. Todos hemos hecho pedazos a alguien, hemos creído tener la autoridad de herir a las personas solo porque ya nos han herido a nosotros. Y por mucho que defiendan las causas morales, o recriminen las relaciones toxicas, nadie zafa de eso. Nadie.

Al salir del estacionamiento subterráneo, montada en su coche, inmediatamente notó el brusco cambio de temperatura, las ventanas se comenzaron a empañar sutilmente.

Recordaba con claridad y muchísimo cariño que cuando era niña, apenas comenzaba a nevar, pegaba la nariz al cristal de la ventana para ver –con la paciencia que solo un niño puede tener– la nieve caer. Pasaba horas y horas ahí, con la nariz congelada, intentando desmentir la teoría de "no hay dos copos de nieve iguales".

Giró el volante a la izquierda para incorporarse a la calle.

La gente, como era costumbre para esas fechas, ya usaban sus ropas de invierno; chaquetas, abrigos largos, botas, bufandas. Todos de divertidas tonalidades. Hanji sonrió, lo que más le gustaba del invierno eran los divertidos colores que la gente se atrevía a usar. Los paraguas con puntitos de colores, las bufandas de tonalidades vivas, esas botas de nieve para niños que por lo general llevan personajes de Disney.

Es como si los colores exteriores resaltaran con avidez los colores interiores. Suena a locura, pero ella lo sentía así. Los colores se llevan en el alma, y aunque durante el invierno vayamos más tapados, es en esa estación donde más florecen. El invierno tiene la magia de unir a las personas.

PERVERTIDOS //LeviHanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora