Próxima generación

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Por LadyDelamort


La noticia de la mortal pandemia recorrió cada rincón del reino de Kaosa en cuestión de un mes, pese a que había sido lo más rápido posible al contar con un medios de comunicación efectivos los mensajeros en caballos y aves adiestradas para cumplir la tarea, no había sido lo suficiente para alertar a todos los pueblos resguardos en el imperio. Produciendo aglomeraciones de la infecciones en muchísimas zonas.

Al no encontrar una respuesta inmediata para contrarrestar la desoladora infección, la táctica más trascendental fue incinerar las villas donde el contagio ya no tuviera chance para reducirse, siendo un alto peligro para poblaciones aledañas que aún no se habían contaminado por completo.

Los gritos desgarradores de los humanos inmersos en las ascuas junto a los reclamos inminentes de sus familiares azotaron el trono del emperador Barack Tenebris, más este no se doblego ante nada. Su decisión era inmutable.

La situación era desconcertante, pero la medida estaba clara ante sus ojos, no podía permitir que una enfermedad se volviera el final de su larga dinastía. Kaosa se había vuelto una potencia gracias al arduo trabajo de sus antecesores, todos conquistadores, hombres de poder, de carisma y con determinación emergente. Él debía mantener el legado, pero tampoco podía continuar exterminando al pueblo que creía en él.

Por lo que el aislamiento fue la decisión que la Corte Real había tomado en conjunto para evitar la propagación del virus, advirtiendo a las villas que de permitir la infección se extienda en sus alrededores, todos serían quemados sin la oportunidad de oponerse a su destino.

Todos los pueblos con índices de contaminados de la pandemia fueron catalogados como incomunicados y de acceso denegado. Con la esperanza de que la cura fuese encontrada antes que los matara a todos.

El polvo fue acumulándose lentamente y las cenizas se sentían cada vez más cerca en la villa de Kontak. Con una buena porción de su población contaminada y otra parte en completa clausura, esperando con desesperación aguantar hasta que el reino solucionara esa problemática. Permaneciendo en una esperanza de salvarse que con cada día transcurrido, se hacía cada vez más mínima.

Tan desesperados estaban por sobrevivir y no ser quemados vivos por los soldados de Tenebris que no importaba si se trataba de su hermano o su padre, si presentaba los síntomas de la mortal enfermedad, eran brutalmente sacados de sus casas y desechados a una parte recluida del pueblo donde solamente se encontraban aquellos que habían cedido a la infección. No había persona que escogiera la vida de su familiar por sobre la suya, pensando que a la larga, sus familiares entenderían su resolución.

No podían permitir que el futuro de sus jóvenes acabara con eso, la siguiente generación debía continuar con vida para ver el futuro, libres de aquella terrible enfermedad.

Todas aquellas palabrerías no hacían más que ganarse el desagrado de Nicolás, un niño que en la euforia por colocar a una anciana en la zona de clausura para los enfermos pudo robarse un par de panes y fruta para llevar a su casa. De camino a su hogar, aún tenía la imagen de la pobre señora Dulcinea rogando porque no la metieran junto a los demás enfermos, con medio rostro como el de una dolida anciana traicionada por sus hijos y con la otra mitad negro como el carbón y los ojos rojos cual sangre, productos claros de que la infección ya estaba en su cuerpo y había tomado terreno en menos tiempo del esperado.

Quizás ella podía mantener su lucidez por un par de momentos, pero Nicolás estaba seguro que en cualquier momento la perdería y comenzaría a gritar sin uso de raciocinio, volviéndose un ser terriblemente violento, por supuesto, antes de sufrir de manera inmensurable a causa de la mutación, si es que no moría en el proceso de transmutación.

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