Pista I

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Arthur sostenía una hoja con el separador mientras hacia el enésimo intento de concentrarse en aquel caso sobre el vampiro de Sussex, del libro El archivo de Sherlock Holmes.

No es que la narración impecable y limpia de Sir. Doyle fuera tortuosa de leer, tampoco se trataba porque el caso careciera de aquella chispa de interés, de hecho, le parecía curioso el caso del señor Ferguson y su esposa. Era aquel americano que tenía al otro lado de la mesa, el causante de su despiste.

Sus ojos azules estaban alumbrados por el brillo de la pantalla de su celular. Un juego ruidoso se trenzaba en el silencio de la sala del club. Un juego demasiado molesto para que pudiera leer.

En la mesa reposaban tres sodas vacías y olvidadas, acompañadas de un tarro de papitas Pringels abierto y con solo algunas migajas de papas hecho trizas. Kiku a su lado sentado, con la espalda erguida, realizaba un deber concentrado sin que el sonido del juego se filtrara.

Tal vez solo era Arthur el que no se podía concentrar en lo suyo. Se fijó de reojo por la ventana como las nubes de la tarde empezaban a esconder al sol. Después regresó la mirada a Alfred y se dejó perder por el azul de sus ojos y por lo dorado que era su caballo cuando los rayos de sol lo alcanzaban. Su postura era algo mala, con el cuerpo caído sobre la silla sosteniendo el celular horizontal. Se preguntó si después tendría dolor de cuello por eso. Se preguntó si debería decírselo.

La verdad es que no era el juego ruidoso el causante de su distracción, sino era él mismo que no podía dejar de ver a Alfred, sabiendo que aquellas horas de club eran las únicas donde tenía tiempo para verlo.

Se volvió esconder bajo la lectura de Sherlock Holmes con el rostro ardiendo. Estaba cavilando de nuevo en cosas extrañas. De todos modos, ¿qué hacía allí en aquel club?

Cuando los rumores de que Alfred se había apuntado en un club llegaron a la clase de Arthur, el inglés intentó ignorarlo. No era de su incumbencia qué hacía Alfred. Pero su postura duró una escuálida semana. Pues el siguiente lunes, al pasar por la puerta del club, inundando por la curiosidad de saber de qué se trataba, Kiku, el presidente del club, lo halló y lo convenció de quedarse.

El sonido del juego anunciando game over rompió la atmósfera. Alfred echó un suspiro largo y guardó el aparato. Con ojos algo cansados, paseó la mirada por sus compañeros y por la sala de club poco amueblada que tenían. Se fijo en la soda casi acabada.

—Voy a comprar algo de tomar...¿Kiku, quieres algo? —Se puso en pie tanteando en sus bolsillos si tenía algo de cambio.

El japonés subió la mirada del cuaderno que escribía y le ofreció una sonrisa cordial.

—No, gracias.

—Ya...—El americano apartó la mirada hacia el inglés—. ¿Arthur?

—Eh...un té helado estaría bien.

—Listo. Ya regreso —Dijo y cerró la puerta del club detrás de sí.

De nuevo abrigados por aquel ambiente silencioso, esta vez sin ningún juego ruidoso, Arthur se dispuso a leer fijándose que se hacía un poco tarde.

—Psst, Arthur.

El aludido miró extrañado al chico de ojos rasgados que se inclinaba un poco para susurrar. Algo confundido se inclinó para escucharlo.

—Arthur se me acaba de ocurrir una idea.

—¿Qué? ¿De qué?

—Para que conquistes a Alfred.

Primero lo observó sin entender, luego su rostro fue enrojeciendo hasta las orejas y alejó la mirada sin saber dónde ponerla. Se sentía igual que un insecto que había sido cegado por la luz de un microscopio óptico.

El club del misterio (usuk)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora