Pista III

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Había pactado una promesa con Alfred sin pensar mucho en como se las arreglaría para entrar al despacho de su madre y sacar aquellos documentos. Miró de soslayo el reloj que colgaba en su pared y se preguntó si ya todos se habían ido a dormir. No escuchaba ningún ruido. La casa entera dormía.

Se puso en pie cuando el reloj dio la media noche y salió de su habitación con pasos de pluma. Sentía que cualquier ruido podría hacer eco y levantar a su mamá que tenía un oído fino y un sueño ligero. O si realmente estaba con mala racha, podría terminar despertando a su hermano Scott. Aunque él tenía el sueño pesado y no se levantaba aun si la casa se estaba cayendo encima.

Bajó las gradas tomándose su tiempo. En la sala, el único reloj oscilaba su puntero dentro de la caja. Miró la puerta ancha del despacho y se preguntó si estaría con llave. Si lo estaba, allí terminaría todo.

Giró la perilla y con la cautela de un ratón en la cocina, entró al despacho de su mamá. Había dos archiveros, una rica biblioteca y un solitario escritorio que utilizaba en los exiguos tiempos en los que trabajaba en casa.

La oscuridad formaba sombras largas y deformes, así que con cuidado cruzó el lugar para llegar al archivero. Los cajones eran viejos y le costó tiempo abrir el primero.

Sacó su celular y mientras se preguntaba cómo explicaría a su madre lo que estaba haciendo si lo descubría, buscó entre los archivos alguna carpeta.

Pero no encontró nada.

—¿Arthur? ¿Qué estás haciendo?

Soltó todo el aliento contenido. Congelado en su sitio. Giró la cabeza y se fijó en el niño que estaba en el lumbral de la puerta con gesto somnoliento. Se tallaba un ojo con una mano y la otra a penas sostenía a Mrs. Bears.

El alivio lo meció y cerró el cajón para acercarse a su hermano menor.

—Peter, ¿qué haces despierto a estas horas? Vamos para que duermas.

—Pero...¿qué hacías en el despacho de mamá?

—¿Quieres que te cuente un cuento antes de dormir?

El niño levantó la cabeza con los párpados caídos, parecía estar demasiado agotado como para refutar o pedir explicaciones.

—Está bien. Pero debe tener un final feliz.

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Cuando la mañana ya estaba bañando el día, Arthur se marchó al colegio de mala gana, sabiendo que no había podido cumplir el pacto de anoche. No llevaba ninguna carpeta.

Al entrar al aula el bullicio lo recibió y cuando los ojos de Alfred cayeron sobre él con la ilusión de un niño, sintió un peso terrible caer sobre él.

—¿Y qué pasó Arthur? ¿Conseguiste algo? —le preguntó con una sonrisa críptica. Kiku, quien se sentaba al lado de Alfred también lo miraba con los ojos llenos de curiosidad.

—...bueno en realidad no tuve tiempo de sacar algún archivo...perdón —rompió la ilusión mientras rascaba la parte posterior de su oreja con pena —. Pero....pero tengo algo que podría ayudarnos.

Sacó su carta y los rostros de sus compañeros miraron sorprendidos la hoja del desaparecido Feleciano Vargas.

—¿Guardaste la hoja? —preguntó Alfred en un susurro.

El inglés se encogió de hombros.

—Muy bien...eso es genial. Podríamos buscarlo a él entonces. Porque de él tenemos un nombre y un rostro.

—Yo encontré algunos periódicos. Podríamos revisarlos...—sugirió el japonés con una media sonrisa mientras colocaba su mochila sobre la mesa de Alfred.

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⏰ Última actualización: May 28, 2020 ⏰

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