Una noche le pregunté a la luna: "¿No te cansa siempre depender de otros? ¿No te gustaría ser libre? ¿Por qué aún no has huido?" Pensé, apenas aquellas oraciones abandonaron mis labios, que me quedaba poca cordura. No podía estar hablando con la luna otra vez. Sin embargo esta vez me sorprendió escuchar una auténtica voz profunda, tan profunda que un escalofrío recorrió mi columna vertebral, con una tonalidad dulce, tan dulce como todos los cánticos y poesía que le dedicaban aquella talentosa y enamorada humanidad. "¿Te parece que al depender de alguien más me incomoda? Todos aquellos románticos me observan cada noche, porque soy accesible, fresca e irremplazable. Aún cuando saben que no tengo luz propia y que estaré atada a este cuerpo celeste mucho tiempo. La luz los cega, los lastima, los enferma. Su hogar se deteriora, los asfixia, los enloquece; ellos mismos han hecho de este un desastre que pronto será inhabitable.
En algunos ojos desahuciados veo tanto dolor, tanto vacío.
En otros veo odio, venganza tatuada, me miran como si tuviese la respuesta a todos sus males.
Hay unos ojos que me miran con plenitud, felicidad, amor, como si su vida estuviese resuelta y tuviese algún significado.
Y por último están esos que me miran con tanto cariño y comprensión cómo si supieran cuán mal la paso y cuán cansada me encuentro. Quisiera poder hablarles y decirles que me hacen sentir menos sola, más importante de lo que soy.