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No hay algo más odioso que una resaca, eso lo compruebo cuando lentamente abro los ojos para enterarme que ya amaneció. La jaqueca intensa hace presencia al apoyar mis codos en el colchón buscando estirarme y apaciguar el agudo dolor en mi espalda baja.

Suelto un gemido al sentir una fuerte molestia en mi tobillo derecho cuando decido por fin levantarme de la cama e ir al baño. Todo me daba vueltas, como si hubiera sido golpeada un millón de veces en la cabeza, sentía muy cerca el pitido en mi oído, el clásico que escuchas a causa de la muerte de una neurona.

Mi cara se veía peor de lo que creí, ciertamente nunca me había emborrachado tanto en una noche y ahora asumía las consecuencias. Mi piel lucia más pálida de lo normal, lo cual acentuaba con exageración las horribles ojeras que se formaron. Bufé con irritación devolviendo mi cuerpo a la habitación y con la intención de volver a dormir durante los próximos cien años, de no ser porque a mi mente vino que debía estar en la universidad.

Con pánico e histeria hice chequeo de la hora y por poco que me sorprendiera, iba a llegar tarde.

Comencé una caminata impaciente haciendo una búsqueda por todo mi escritorio de los utensilios que debía llevar a la clase, era como jugar a las escondidas, importándome poco el malestar que mi cuerpo estaba teniendo.

—¿Cómo amaneciste tesoro?—la voz de mi mamá se escuchó cerca de la puerta. Divisé lo que tenía en sus manos como un botiquín de primeros auxilios y una botella de leche de chocolate—Sabes muy bien que no debes sobrepasarte con el alcohol...¿Tomaste tu medicación ya?—solté un gran suspiro y le dediqué una sonrisa ladeada.

¿Había dicho ya el porqué no tenía permitido vivir con mi madre biológica?

Tras la muerte de mi padre, ella cayó en un episodio fuerte de depresión, arrastrándome con ella y causando que en ocaciones se desquitara conmigo, yo la entendía, por lo menos eso me hacía creer cuando me gritaba cosas demasiado hirientes y tenía que encerrarme en mi habitación durante horas. Fue dos años después cuando entonces fui yo la que tuvo su primer episodio depresivo, era muy pequeña para entenderlo pero sabía que algo extraño sucedía conmigo, durante las clases me costaba prestar atención, y la falta de energía era constante, fui diagnosticada con trastorno de bipolaridad, el caso de mi mamá era mucho más grave y por recomendación médica teníamos prohibido convivir por mucho tiempo. Por supuesto, mis padres adoptivos debían estar informados acerca de mi trastorno y los hicieron firmar un papel en donde se comprometían de hacerse cargo de los tratamientos necesarios.

Negué con la cabeza en respuesta a su pregunta. Noté como mi madre hizo un gesto de sorpresa llevando sus manos a la boca y seguido de esto salió de la habitación como si corriera un maratón y regresó con la caja de pastillas. Caminó con firmeza hacia mi y me entregó la leche chocolatada junto con dos píldoras.

Realmente no me sentía distinta teniendo el trastorno, siempre estuve medicada después de mi primer desliz, no me sentía enferma, lo único que si me disgustaba era el hecho de tener la necesidad de tomar pastillas todos los días sin importar que. Un día sin el tratamiento podría costarme muy caro.

Tragué las pastillas y continué con mi carrera para al menos llegar a la segunda clase.

—Cariño, no debes alterarte demasiado, toma las cosas con calma—hizo una caricia dulce en mi espalda y me guió para sentarme en la cama.

Si había algo que disfrutaba mucho era pasar tiempo con mi madre, si bien no éramos familiares de sangre, pero con el tiempo había entendido que eso no importaba, su aparición en mi vida había iluminado mis oportunidades y aprendí a verla como una verdadera mamá. Trabajaba como abogada para el gobierno y sus labores consumían la mayoría del día, no eran muchas veces las que podíamos tener un tiempo de calidad sin interrupciones.

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⏰ Última actualización: Jun 03, 2020 ⏰

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Unrequited Love | J.JeonggukDonde viven las historias. Descúbrelo ahora