Insignificante

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Oliver no había venido a cenar, tampoco a desayunar. Oliver me estaba hiriendo.

El tercer lunes del mes, a las 7 de la mañana, Oliver llegó a casa. Tenía su cabello decolorado y su piel más pálida, estaba vestido con un conjunto deportivo con una sudadera amarilla y un pantalón negro, y estaba sentado en una silla sobre la mesada isla de la cocina. Hizo de la mesada su escritorio porque tenía su computadora y unas carpetas mientras que revisaba unos papeles, también tenía una taza de café, tostadas, jalea, mantequilla y un cuchillo pequeño y otro grande el cual dejó junto a un trozo de pan a medio cortar.

Yo me levanté al oler el aroma del pan, algunos se habían quemado, otros olían tostados. Por un segundo había tenido la esperanza de que él había preparado el desayuno para ambos, pero al entrar a la cocina sólo volvió a ignorarme.

—Buenos días, Oli. —dije pasando por al lado de él luego de haberlo observado trabajar por unos segundos.

Caminé hasta la mesada opuesta, iba a servirme café y en ese momento recordé cuando Mitch me dijo que debía ser suave con Oliver. Yo estaba decepcionado y herido, si mi esposo me hubiese mirado aunque sea una vez a los ojos, hubiese visto el dolor que golpeaba por su lejanía. ¿Por qué debía ser así?

No me respondió. Miré la cafetera, debía rellenarla de café ya que él había preparado café sólo para él. Fruncí el ceño y me di la vuelta para verlo.

—Tenemos que hablar, Oliver. —dije y me acerqué a la mesada, apoyé mis manos sobre el mármol. Junto a mí estaba el pan y los cuchillos.

Oliver me ignoró, siguió escribiendo en su computadora. Nisiquiera se dignó a mirarme.

Me resultaba totalmente humillante pero aún así quería que fuese hoy el día en el que aclare todo esto.

—¿Ya no me amas? —pregunté en voz baja— Sé que hemos pasado muchas cosas. Todavía recuerdo que discutíamos por ver en qué ciudad viviríamos, que yo sea americano había sido un problema para ti y tu trabajo, desde siempre. Lo empezaste desde joven y no iba a arrebatarte eso —dije esperando una respuesta, pero no habló—. ¿Estás esperando a que me vaya? Oli, si es así tan sólo dímelo —comenzaba a sentirme realmente mal con todo esto. Un nudo se formó en mi garganta y mis ojos ardieron, la presión en mi pecho se hizo asfixiante y mi voz tembló por unos momentos—. Puedo irme, puedes comenzar de nuevo. No te alejes de todos... Porque lo he visto, ya no le respondes las llamadas ni a tu madre.

En ese momento Oliver figuró una sonrisa que me sorprendió. Entonces se escuchó un vídeo reproduciéndose, se escuchaba la voz de Ellen DeGeneres en unos de sus Stand Ups, y yo me sentí realmente humillado.

Sentí un fervor irritante subir a mi rostro y fruncí mi ceño.
—¡Oliver, esto no es gracioso! —grité enfadado. Y él soltó una risa ligera que me hizo molestarme aún más— ¡Eres un imbécil!, ¡¿Me estás tomando el pelo?, dejé todo atrás para seguirte hasta ésta estúpida y aburrida ciudad. Dejé mis sueños, dejé a mis amigos porque dijiste que me amabas, que me darías todo y ahora nisiquiera me diriges la palabra! ¡¿Qué hice para merecer esto?, ¿Acaso tienes a alguien más?! —solté furico pero toda mi rabia se convirtió en tristeza cuando lo escuché reírse una vez más.

Oliver se estaba riendo de mí, él estaba usando eso de excusa para reírse de mí.

Y lo lógico era tomar mis cosas e irme, pero Oliver es la primer persona que me gustó de verdad en la vida. Puedo apostar que nadie nunca en la vida me va a gustar tanto como me gusta él, que nunca voy a amar a nadie como lo amo a él. Se convirtió en mi vida, ¿qué será de mí sin mi vida?

Unas pesadas lágrimas cayeron por mis mejillas. Era asombroso, después de tantos días podía seguir llorando, ¿cómo era posible?

Me abracé a mí mismo y temblé ligeramente.
Él no quería saber nada de mí y yo le insistía tanto que mi dignidad se había encontrado enterrada dejando despojos de mí.
Yo había dejado todo en América para hacer de Oliver mi todo, ¿entonces qué sigo haciendo aquí?

Por un momento se me cruzó una idea. Quizás no le importaría que me vaya de otra forma.
Puse mi mano sobre el cuchillo más grande que estaba sobre el pan y lo moví a un lado.

En ese momento Oliver levantó su mirada hacia mí. La expresión de su rostro se había transformado totalmente, frunció el ceño ligeramente, sus ojos brillaron y su mirada se posó en mi mano.

—Dios, me estoy volviendo loco. —murmuró y cerró su computadora.

Yo dejé el cuchillo y solté un pequeño jadeo, intentaba regular mi respiración que se entrecortaba por mi llanto.

Oliver se dispuso a guardar toda la comida en sus respectivos lugares y yo sólo lo observé hasta que pude hablarle.

—¿Por qué dices que te estás volviendo loco? —pregunté en voz baja.

Entonces mi esposo se paró a mi lado para agarrar los cuchillos y los llevó a su lugar pero no me respondió. Y no iba a hacerlo porque después de eso tomó su computadora y se fue de casa, iría a su trabajo y yo me quedaría aquí una vez más para esperarlo.

amantes de días nubladosWhere stories live. Discover now