Capítulo 2

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Quito- Pichincha, Ecuador.


Diego Serrano, terminaba una difícil histerectomía de una paciente con miomas uterinos, esa noche tenía guardia en el hospital privado en donde laboraba. Salió del quirófano, después de haberse realizado todas las normas de asepsia pertinentes, caminó por los pasillos del hospital saludando y bromeando con varios colegas; se acercó a charlar con las enfermeras de recepción:

—Si se presenta alguna emergencia voy a estar en la cafetería —indicó con su amable sonrisa.

Más de una chica suspiraba por el atractivo y amable médico, pero sabían que no podían acercarse a él, por dos razones fundamentales: era un hombre muy correcto y fiel a su esposa, y la segunda causa precisamente era ella, su compañera, quién le hacía escenas de celos aterradoras, que dejaban en vergüenza al ginecólogo.

El médico, siguió su rumbo y llegó a la cafetería.

—Doctor Diego, buenas noches —saludó la simpática señora con una sonrisa en los labios. —¿Le sirvo lo de siempre?

—Sí, señora Margarita —indicó él, mientras su colega: la doctora Cáceres, lo invitaba a acompañarla.

—Tienes cara de cansado Dieguito —le dijo su simpática amiga, al ver el semblante del doctor.

—Tuve una cirugía de emergencia, algo difícil. —Sonrió mientras le servían su café, acompañado de tamales rellenos con pollo.

Mientras Diego, se colocaba las cucharadas de azúcar a su café, una hermosa mujer alta, con el cabello liso negro, y bien peinado, observó con furia como su marido conversaba con su colega, entonces llena de ira y enojo se acercó a él como una fiera salvaje; sin decir absolutamente nada tomó la taza hirviendo y, sin pensar un segundo lanzó al cuerpo de la doctora, quién de inmediato se puso de pie gritando por la quemadura.

Diego, abrió sus ojos con sorpresa, se levantó de inmediato.

—¿Qué te pasa Pamela? ¿Por qué hiciste eso? —exclamó, avergonzado y preocupado por su amiga, mientras varias enfermeras se acercaban a ayudarla.

Pamela, miró a la doctora con los ojos a punto de salir de su órbita.

—Para que le quede claro a esa zorra y a todas las demás —señaló con sus manos—, que tú Diego Serrano, eres mío —afirmó con aquellos ojos negros que parecía que se iban a brincar, de celos—. ¿Esa es tu amante? ¿Por eso no llegas a casa temprano? —reclamó a gritos. —¡Responde!

Diego, trataba de que se calmara, hacía todo lo posible por sacarla de la cafetería; médicos, enfermeras, y visitantes, murmuraban entre ellos.

—Yo no tengo amantes, ni se me ha cruzado por esa idea por la cabeza —explicó, observando con seriedad a su esposa—. Sino llego a dormir es porque tengo turno aquí en el hospital —repitió por enésima vez el doctor Serrano.

—¡Mentira! —exclamó al tiempo que empezó a darle golpes en el pecho a su esposo.

Diego, intentó tranquilizarla, trató de sacarla de la cafetería y hacerle entrar en razón, pero Pamela, jamás entendía, y esa no era la primera vez que lo dejaba en ridículo. Sin ser brusco, ni grosero, logró llevarla al parqueadero, mientras ella a los cuatro vientos declaraba que él tenía varias amantes; los colegas de Diego, murmuraban entre ellos, sus compañeras de igual manera, nadie entendía por qué razón no dejaba a aquella mujer.

—¡Ya basta Pamela! —pronunció de manera firme, mientras le sostenía de las manos para que no lo siguiera agrediendo.

—En la casa tienes una hija que te necesita y tú, pasas las veinticuatro horas del día en este lugar —increpó Pamela.

EL COLOR DE LA VENGANZA.  (Completa en Dreame, Buenovela, Manobook)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora