Tres: El beso.

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Era sábado.

Finalmente llegó el tan esperado día. Dentro de una hora tendría una cita con aquel hombre que en tan poco tiempo había hecho un desastre con mi corazón, metiendosé en el para jamás salirse.

Mentiria si decía que no estaba nerviosa, porque joder, si que lo estaba.

Había pasado unas tres horas decidiendo que iba a lucir en la salida. Sentía que nada de lo que tenía en mi armario era lo suficientemente lindo para usar ese día y la frustración estaba a nada de acabar conmigo. Yo solo quería estar perfecta para Mathías.

Gracias a Dios un foco en mi cabeza se encendió y recordé que tenía un hermoso vestido color negro sin usar que se encontraba en el armario de mi madre. Rápidamente corrí hacía el, lo tomé y volví a encerrarme en mi habitación.

No podía dejar que mi madre viera que iba a salir. Le había dicho que iría con Luisa, mi mejor amiga, a su casa y me quedaría con ella esa noche, cúando enrealidad saldría con Mathías. Era una pequeña mentira piadosa y estaba dispuesta a hacer lo que sea para llegar al encuentro.

Guardé el vestido en un bolso junto con unas sandalias támbien negras con un poco de tacón, mi billetera, las llaves de mi casa, mi pijama y un cambio de ropa para mañana. Ya había conversado con Luisa y ella accedió a cubrirme por si mi mamá llamaba a su casa  a cambio de comprarle un montón de dulces. Por supuesto que acepté y estaba ansiosa por ello. Era la primera vez que salía con alguien y la emoción junto con los nervios estaban hacíendo estragos en mi cuerpo.

Respiré un poco para serenarme ye dispusé a salir de mi casa. Me cambíaria en donde Luisa para obviamente no levantar sospechas.

—¿A dónde crees que vas?— la voz de mi madre se escuchó a mis espaldas y me detuve. El corazón me estaba palpitando como loco y las palmas de mis manos ya habían empezado a sudar.

Mierda.

Me dí media vuelta, puse mi mejor sonrisa de niña inocente y la encaré.
—Hoy se supone que iría con Luisa a quedarme en su casa ¿lo olvidaste, mami?— le recordé dulcemente mientras le hacía ojitos.

Debía de verme como una idiota haciendolo.

Me miró por unos segundos, evaluando la situación y para mi suerte, chasqueó la lengua y sonrió.

—Es cierto, cariño. Espero te diviertas, me saludas a Luisa.— se despidió de mi. Le dí un rápido beso en la mejilla y después de que me encontrara fuera de la casa fué cúando me permití respirar de alívio.

Meta superada.

Mi madre era algo estricta conmigo. La amaba con locura pero a veces quería sacudirla con fuerza y gritarle que me dejara vivir mi vida en paz. Era un milagro el que me dejara trabajar, decía que yo no lo necesitaba mientras me explicaba las millones de tragedias que podrían pasarme al estar sola en la calle. Yo solo rodaba mis ojos e ignoraba sus extensas charlas.

Ella quería que estudiara en cualquier universidad que se encontrara en el estado e hiciera mi vida aqui, pero me negaba.

Mi sueño era irme a la gran Caracas[1] y ahí estudiar mi carrera soñada. Sabía que al hacerlo miles de puertas se abririan para mi y eso era lo que quería; grandes oportunidades y una gran vida que no iba a conseguir si me quedaba aquí y cursaba alguna otra carrera que no me gustara.

Nada ni nadie iba a hacerme cambiar de parecer.

Miré mi reloj de muñeca y ahogué un grito. Ya eran las seis de la tarde y a las siete debía de encontrarme con Mathías en el café donde trabajaba. Solo tenía una hora para arreglarme así que empecé a correr como una verdadera loco y en menos de cinco minutos ya estaba tocando con desespero la puerta de Luisa.

Un ángel atrapado en la cueva del diablo. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora