La mazmorra

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Tras el ruido de la puerta al cerrarse, la tensión dentro de la habitación se hizo tan intensa que podía palparse. Miré intermitentemente al agente Hartford y al suelo, incómoda. ¿Por qué se había ido el otro? Era mucho más agradable hablar con él, y al menos destensaba el ambiente.

-¿En serio? -gruñó hacia la puerta, como si acabara de reaccionar a lo que su compañero había hecho.

Me sentí incluso más incómoda con aquella forma de responder. Podría haberlo tratado de forma natural, pero eso de gruñir por quedarse a solas para explicarme un poco la situación no me parecía para nada educado. Aunque vete tú a saber qué tipo de cortesía había que esperar en este tipo de ambiente.

-No es necesario que me expliques nada si no quieres. En internet supongo que encontraré lo suficiente como para responder si me preguntan.

Me levanté dispuesta a plegar la silla e irme de aquél lugar yo también, pero no me dio tiempo. Antes de que fuera capaz de reaccionar estaba con un brazo sujeto a mi espalda y con el cuerpo del agente Hartford lo suficientemente cerca como para sentir su aliento en mi nuca.

-Quieta. Si te vas ahora levantarás sospechas. El pasillo está vigilado, y Kevin te ha visto entrar hace nada con nosotros. Alec tiene razón, hay que ponerte al corriente para que seas capaz de reaccionar adecuadamente, no sólo delante de tus conocidos si te preguntan. Aquí hay encargados de supervisar y controlar que todo se está desarrollando bien, y más aún si hay una novata de por medio.

A pesar de su discursito, me sentía más como una detenida que como una colaboradora con el brazo en una llave a mi espalda...

-Perfecto, pero no soy tu perra para que me trates así, y creo que estoy colaborando lo suficiente como para que no me tengas que poner las esposas.

Mi tono de voz fue helado y cortante, como una ventisca en pleno invierno. Era el tono que utilizaba con los pesados en el pub y con los amigos de mi hermana cuando me entraban; con los gilipollas, vaya. Pude oír el efecto de mis palabras cuando el agente "palo-en-el-culo" cogió aire con violencia pero no respondió, sino que me soltó con calma bajando mi brazo a su lugar con sus dedos aflojando su agarre.

-Disculpa. Estoy algo tenso.

Me giré para encararle mientras me frotaba la muñeca que me había estado sujetando. No había apretado demasiado, pero aún podía sentir la presión de su mano contra mi piel. Estaba dispuesta a exigir una disculpa a la cara, pero me sorprendí al verle. Se había quitado el palo en el culo, o al menos eso parecía. Tenía una expresión de turbación y sus mejillas estaban levemente sonrojadas, quizás por el apuro de haber reaccionado así contra mí. Con una sonrisa apocada, se apartó el pelo de la frente e hizo un gesto a las sillas.

-¿Nos sentamos?

Ni siquiera encontré la voz para asentir. ¿Qué coño había pasado con el agente "palo-en-el-culo" y cuándo le habían dado cambiazo por su gemelo amable? Al menos tuve unos segundos para reponerme mientras él abría el armario y sacaba dos botellas de agua del interior, ofreciéndome una. Le agradecí con un murmullo y me bebí la mitad de un trago. El ir corriendo al encuentro de esos dos agentes excéntricos me había pasado factura, aunque no me hubiera percatado.

-Creo que esto será más fácil para nosotros si nos tuteamos y nos llamamos por nuestros nombres. ¿Estás de acuerdo, Nell?

Asentí con la cabeza mientras le veía sentarse frente a mí y vaciar también parte del agua en su boca. No tenía muy claro si aquello era una técnica nueva de persuasión o que simplemente de verdad el agente Hartford... no, Bryce estaba tan nervioso como yo y tan fuera de lugar en aquella situación.

Esclava de la drogaWhere stories live. Discover now