Cap 3: del jefe acosador (parte 2)

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Estoy recargada descansando en mi caja. Las personas dejaron de venir desde hacía unos minutos así que el supermercado se encuentra con poco vacío y los empleados se toman un descanso (así como yo).

He estado pensando últimamente en el chico que me pidió mi número (el cual en ningún momento que dijo su nombre) y he concluido en que, si me llegase a invitar a salir a algún lugar, lo aceptaría. Por una razón: aún soy joven y puedo salir con quién sea y cuando quiera.

Fácil y sencillo

Ya no tengo a nadie de quién depender ni darle explicaciones de nada así que me daré el lujo de salir cuántas veces quiera y con los chicos que yo quiera.

Tal vez ya es hora de dejarme de lo cotidiano y comenzar a tener una vida diferente. Aún encerrada en un edificio viejo pero con aventuras o historias de amoríos de una noche.

Desde pequeña me centraba en las cosas serias (por alguna razón) pero nunca me fijé en lo creativo o inusual pero divertido. Así que, por lo que creo, es hora de tener unas cuantas aventuras para contar en algún futuro a mis hijos.

No quiero ser la típica señora que les dice a sus hijos:

'Yo estudié hasta el bachillerato y después los tuve'

No, señor.

Quiero ser la chica que dice:

'Para encontrar el amor verdadero debes pasar por muchos te amo que la mayoría de veces son un te quiero aún sin saberlo. Conclusión: debes vivir para después amar y formar una familia'

No lo sé, puede que sea divertido ser una Bad Girl.

Cierro los ojos y suspiro (no he dejado de suspirar desde que mi noviazgo con Frank terminó).

—Nahomy...

Doy un brinco cuando escucho la voz de mi jefe a mis espaldas. Me pongo incómoda en segundos y no tengo la valentía para voltear a verlo.

—¿Cómo has estado, Nahomy?

Giro lentamente y dijo lo más calmada posible:

—Preferiría que me llamara Señorita Bennington, si no es mucha molestia.

—¡Oh, vamos, Nahomy! No hay necesidad de tanta formalidad...

Este es el preciso momento dónde le pregunto al universo el por qué tengo un jefe tan acosador como él y el por qué me han dejado a mi en la caja número 1 (que es la cual se encuentra lo más lejos de las cámaras de seguridad del supermercado). Lloro mentalmente cuando Tom (mi jefe) se acerca más a mi aumentando mi incomodidad.

—Dime, ¿Por qué no salimos un día de estos a pasear...?

Miro a mi alrededor en busca que ayuda. Ruego mentalmente por que unos de mis compañeros de trabajo aparezca y así poder llamarlo para que mi jefe se vaya de una buena vez.

Sé que debí haberlo demandado desde tiempo atrás pero no podía porque necesitaba el trabajo tanto como lo necesito ahora. Ya lo había dicho antes, para personas como yo, no es fácil decirle adiós a un trabajo porque tampoco es fácil conseguir otro. No es como cambiarse de ropa cada día, esto es más difícil.

—Lo lamento, jefe, pero no puedo...

—No me vendrás a decir que Frank no te deja salir. Me enteré que terminaron hace ya tres meses.

¿Por qué todos lo recuerdan a casa segundo?

Sé que fui yo quien lo terminó porque ya no sentía lo mismo que antes pero no es razón para que todos saquen el tema a la luz cuando debe estar escondido en lo más profundo de nuestra memoria. A lo que quiero llegar es que Frank ya es pasado, que no debemos remover lo que antes hubo y ya no habrá.

—Pues...— miro distraídamente la hora en celular. Faltan diez minutos—... No, pero...— busco alguna escusa que darle a mi jefe hasta que me acuerdo del chico que me pidió mi número—... estoy conociendo a alguien. Y al parecer vamos muy en serio, así que no puedo.

Tom estudia minuciosamente cada centímetro de mi rostro en busca de alguna pista que delate, mi no tan inteligente, escusa pero al final dice:

—Bueno... yo creo que algún día se me hará— da un paso hacia delante. Trato de retroceder pero ya no hay donde ir— y sé, que algún día, saldremos a alguna cita, Nahomy. Yo lo sé.

La alarma de mi celular suena desde mi bolsillo del pantalón y doy un respingo. Sonrío al saber que mi hora de salida es precisamente ahora.

—Bueno, jefe. Es hora de irme.

Doy un brinco disimulado y sin dejarlo decir más me largo corriendo de ahí.

¡Salí ilesa de ahí!

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Sonrío levemente cuando veo mi reflejo entrar por la tienda de ropa. He comprado comida para quince días (algo muy patético porque eso quiere decir que soy, en extremo, pobre) y me he dejado dinero para comprar ropa.

Si quiero tener unas noches de sexo desenfrenado con desconocidos debo comenzar por la ropa.

Un momento...

¿Dije sexo desenfrenado?

Me sonrojo levemente. Antes sonaba bien dentro de mi cabeza pero ahora dudo que sea algo bueno hacer eso. Digo, existen las enfermedades de transmisión sexual, embarazos no deseados, estafas y no sé cuántas cosas más que no me benefician en nada pero aún así quiero intentarlo (aunque corra riesgos).

Tímidamente compro algunos pares de ropa interior y poca ropa para verme más... Atractiva, por así decirlo.

Cuando salgo de la tienda ya no queda nada del dinero que se suponía era mi quincena. Me dirijo a mi casa caminando (porque ya no me alcanzó para el autobús: ¡POBRE!) y recuerdo lo sucedido con mi jefe en el trabajo.

Arrugo la nariz. Es asqueroso que un señor como Tom (quien ya tiene 53 años) trate de coquetear con las empleadas del supermercado. Pero más asco me da es saber que hay varias chicas que han aceptado tener una relación clandestina con el jefe.

Algunas lo hacen por el dinero y otras... No tengo idea si están bien de la cabeza o no pero no le piden nada a cambio a ese viejo (algo, que para mi, es asqueroso)

Ya sé que son los gustos de cada quien y que debo respetarlos pero me parece imposible ver a gente que no tiene la misma edad. Podrían ser hija y padre pero no se detienen a pensar en nada más que esa relación clandestina.

Recientemente, Tom, se ha divorciado de su ex esposa por una infidelidad que ella descubrió, pero lo que ella no sabía es que su esposo le fue infiel hasta con su vecina y, probablemente, hasta con el gato que tenían. No lo entiendo, ese señor no es carismático, ni amable, tampoco es guapo, ni simpático, ¿Qué ven en él para estar en su cama? ¿Es el dinero?

Fijo una arcada cuando pienso en que yo podría hacer eso por dinero.

¡Claro que no! ¡Nunca!

Soy pobre pero me doy a respetar.

Algunas personas me ven cuando finjo tener ganas de vomitar y me dirigen miradas confundidas. Estoy acostumbrada a hacer el ridículo en plena luz del día y en la calle que las ignoro completamente.

Voy abriendo la puerta de mi apartamento cuando Pinki, el gato, salta muy contento hacia mi.

—¿Acaso ya te decidiste en comerme?— con un pie, levemente, lo quito del camino— no creas que me confiaré del ti, eh— me dirijo a la cocina y comiendo a sacar todo lo que he comprado. Pinki ronronea y se va quién sabe a dónde— ¡Adivina qué! Hoy un chico que ha pedido mi número... Dijo que me llamaría, ¿Crees que lo haga, Pinki?... Mas le vale que lo haga, sino me molestaría mucho.

Suelto una carcajada cuando caigo en cuenta de que Pinki ya se ha ido y que parezco loca hablándole a la soledad que está en mi cocina.

Creo que estoy enloqueciendo.

La Fracasada Vida De Nahomy B.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora