Un día como cualquier otro, en alguna isla de algún punto del Grand Line, después de 22 años de la ejecución de su maestro y antiguo capitán, una figura enigmática despertará y comenzará con un nuevo viaje a fin de cumplir con una vieja promesa.
No...
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— ¡Es niño Rouge! —exclamó con el recién nacido en brazos.
Con ternura la madre arropa al bebé en su pecho.
— Ace, espero que crezcas siendo feliz hijo... —alza la vista sonriente y ambas se miran.
— Estaréis bien.
— Se fuerte... Ann.
De nuevo la madre abraza al niño y le besa la frente.
— ¿Qué?
Silencio
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El transcurrir de la noche permitió calmar el temperamento de todos los presentes, al menos lo suficiente como para dar pie a una reunión. Los comandantes que quedaban permanecían de pie a ambos lados de Marco y ante ellos el resto de sus hermanos. Habían muchas preguntas en el aire, demasiadas como para posponer las respuestas después del funeral. Este se llevaría a cabo al día siguiente, en la isla a la que los piratas del pelirrojo los guiaban.
Los murmuros solo cesaron cuando el ex primer comandante se cruzó de brazos y dio un paso al frente.
— Se que todo el mundo está confuso, que nadie está de humor y que ahora sólo podemos permanecer en un segundo plano mientras recuperamos fuerzas. —comenzó.— Nada de lo que hemos perdido va a volver, pero tenemos que centrarnos en seguir manteniendo lo que aún tenemos. —seguía.— Respecto a Ace...
Sin atreverse a intercambiar miradas con nadie, el nombrado se mantuvo cabizbajo, sentado sobre las escaleras de la cubierta superior, a la vista de todos pero sin atreverse a interactuar.
Se había abstenido a cenar el día anterior, actitud que se repitió a la mañana siguiente y a parte de con el rubio, al cual le reclamó explicaciones nada más despertar, permaneció oculto del resto.
