Un día como cualquier otro, en alguna isla de algún punto del Grand Line, después de 22 años de la ejecución de su maestro y antiguo capitán, una figura enigmática despertará y comenzará con un nuevo viaje a fin de cumplir con una vieja promesa.
No...
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— ¿Qué haces tú aquí?
— No te dejaré sola.
— La amenaza no es contra ti.
— El bebé tampoco se lo merece.
— Róger os dijo que pasarais desapercibidos.
— Se que sois lo que más quiere. Ahora que él... Yo protegeré su legado.
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— ¡Basta ya! —la desesperada y ensordecedora voz del muchacho cortó el ambiente.
Aún dándose por aludida Ann se obligó a parpadear ante aquel gesto tan arriesgado.
— Paremos ya, detengamos esta lucha ¡Se están perdiendo muchas vidas! Todos los soldados tienen familias que esperan su regreso. Ya hemos cumplido con el objetivo que teníamos. —exclamaba todavía con los párpados apretados y los brazos abiertos de par en par ante su superior.
Ni un alma se atrevió a quebrantar el silencio que acababa de sumir todo Marineford. Sin importar rango o bando, todos contemplaban boquiabiertos al chico.
¿Quién era tan valiente para hacer algo así? ¿Quién era tan estúpido para hacer algo así?
— ¿Eh? Es... ¿Coby? —murmuraba un abatido Garp desde la lejanía.
Volviendo con Ann, de no tener la vista fijada en la impasible reacción de Akainu ante el discurso del niño, se habría permitido reírse vagamente. Por el contrario el almirante no se molestó ni en parpadear, su personalidad estoica y escéptica le impedían rendirse o finalizar la lucha, a pesar de haber obtenido ya la presunta victoria.
No habían señales de vida de Portgas D Ace y Edward Newgate estaba muerto.
— ¿Quien eres tú? Maldito. —Sakazuki endureció las facciones de su rostro.— Has desperdiciado segundos valiosos. ¡No necesitamos Marines que tengan miedo a la justicia! —finalizaba, brazo al alza.
