ᴀᴛʀᴀsᴀᴅᴀ

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Desperté, y un bostezo inmediato salió de mi boca, abrí bien mis ojos, y la información del día anterior volvió a mi cabeza.

Mi mamá seguía dormida en el hombro de Cristian que también dormía plácidamente.

Saqué mi celular del bolsillo izquierdo de mis jeans, y miré la hora.

7:43 am.

En 17 minutos entraba a clases. Me imaginé muchas maneras de apurarme y en ninguna llegaba a tiempo.

Sacudi el hombro libre de Cristian, y abrió los ojos confuso.

—Vamos a llegar tarde, levántate rápido —le dije sacudiendolo para que despertara.

Mi madre no se despertó, era claro su cansancio.

Corrí hacia mi habitación por las escaleras, me cambié rápido, me cepille el pelo un poco y me lavé los dientes en menos de un minuto.

Al bajar las escaleras, veo a Cristian ya listo con su mochila en su hombro.

No entendía como se había demorado tan poco.

Miré el refrigerador con pena, no tenía tiempo para comer, aunque quisiera.

Me bajé del auto por mientras que miraba mi celular.

8:09 am.

Corrí hacia la puerta y aunque estaba abierta tenía el presentimiento de que no me dejarían entrar a la clase.

Si mi memoria no me fallaba, el jueves inicaba con matemáticas, y el profesor de ésta materia, es un viejo gruñón que odia a todos los alumnos.

Me asomé a la ventana de la sala de clases.

Vi claramente a Daniel con una sonrisa en sus labios mirando el techo con un lápiz en su boca, su compañera de puesto no estaba.

¿Por qué?

Porque era yo, matemáticas era una de las pocas clases que coincidíamos con Daniel.

Pensé en pasar, pero sabía que eso acabaría con el profesor mandándome a la oficina del director.

Y eso no era una opción para mi.

Nunca antes había llegado a una clase más tarde que dos minutos, por lo que nunca no me han dejado entrar, y no podía permitir que ésta fuera la primera vez.

Pensé a donde podía ir, fuera de la escuela no era una opción.

Una brillante idea cruzó mi cabeza, el gimnasio.

Si algo sabía de mi escuela era que en las primeras dos horas de clase el gimnasio estaba vacío.

No sabía porque era así, pero lo era.

Y en ese momento me alegré de que fuera.

Al entrar, miré a todas partes para asegurarme de que estuviera vacío.

Al comprobar que no había nadie, saqué una pelota de basquetball de una bolsa que se encontraba cerca de los probadores.

Me acerqué a uno de los aros que tiene la cancha de basquetball, y lancé la pelota al aro.

Así estuve por unos cuantos minutos, hasta que cansada me detuve un momento, mi mirada pasó por el gimnasio, pero se detuvo al pasar por las gradas.

Alguien que antes no estaba allí ahora lo estaba.

Con una polera negra apretada, unos pantalones negros, y una libreta en su mano, Harry se encontraba en una de las gradas del medio dibujando sin despegar su mirada de su dibujo.

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