El viento soplaba, enojado por todo el valle. Su mirada dirigida a aquel viejo cedro posado en la mitad del llano terreno.
El mundo seguía girando, pero él sentía como si el tiempo se hubiera parado, creía poder ver las partículas de oxígeno rodeándolo. Creía que si se concentraba lo suficiente en el gran árbol, vería como las ramas lentamente se alargaban.
—Jimin-sshi —cariñosamente le hablaban, pero el sabía que todo llamado venía con una consecuencia.
Sosegadamente se levanta del fresco pasto, limpia los residuos con sus manos, tratando de que los anillos que decoraban sus poco añiñados dedos no se atascaran en la blanca tela que adorna sus muslos.
Ignorando a la mujer que le llamo, pasa por su lado, como si él hubiera decidido irse y no porque lo llamarán.
Todas las personas consideraban al jóven Jimin un rebelde astuto, implacable en las peleas y de compasivo corazón. Espectacular prodigio, digno de ser el sucesor de la corona Park que lo esperaba.
Su único problema, ese ímpetu testarudo de no sentar cabeza, evitando los matrimonios que su madre y padre con tanto esfuerzo planeaban. Para qué así, sea el monarca ideal al lado de algún heredero de pueblos vecinos, que lo ayuden a fortalecer sus uniones y acuerdos.
Su corazón vibraba a diferente compas, Jimin creía inútil la idea de casarse, siempre que podía se oponía ante la retrograda idea de buscar pareja que lo acompañe en su futuro.
Impaciente, se dirigía al patio central del castillo, donde los hombres más poderosos de los reinos vecinos se congregaban, para sin éxito querer sorprenderlo y pelear por su mano.
Jimin estaba harto de príncipes altaneros y princesas egoístas, que lo veían como un escalón más, necesario para alcanzar su objetivo de reinar.
Reinar. Una palabra que le parecía tremendamente pesada y cansada, él no quería ser el rey de nadie, no quería pensar por el pueblo. Él solo quería una vida tranquila, alejado de la bruma y el bullicio de las cortes, llenas de reglas absurdas que no lo permitían hacer nada por su cuenta, como el enamorarse.
Sus oídos eran atacados por los gritos casi de animales, que soltaban los hombres de las demás cortes, con sus bocas rebozando de comida a medio masticar, chocando sus cuerpos en gesto de pelea infantil. Estaba asqueado. Simplemente no podía creer que uno de ellos sería su prometido.
—Jimin —fue nombrado detrás de él— caminas bastante rápido, me dejaste atrás.
Su madre era una mujer especial, muy parecida a él físicamente, pequeña, delgada y con el cabello platinado. Pero cuando de carácter y pasiones se trataba, está mujer era movida por los vestidos elegantes y costosos, por las cenas planeadas y las pláticas incómodas.
Todo lo que él odiaba.
—Supongo madre, que entre más pronto llegue, más pronto acabaremos.
Su indiferencia ante la búsqueda de pareja, incómoda y entristece a la madre. Ella era la última hija de una pareja de monarcas, la última opción para gobernar, lo cual la convirtió en alguien que solo conocía el lado social de la vida de opulencia en un castillo, hasta que en uno, de los tantos bailes a lo que iba su padre le presento a un primogénito de un reino vecino, que en poco tiempo la convirtió en reina.
—Vamos a sentarnos y esperemos a tu padre —cabizbaja, con la mano en la espalda de su hijo, lo guía a la tarima dónde habían ubicado tres asientos de madera sólida, adornados con unos tallados en color dorado.
Ya en la tarima, Jimin observa a los tres interesados por su mano, o talvez en la corona.
Lee Taemin, el tercer hijo del rey del sur, impecable en las pruebas físicas que requerían exactitud y delicadeza.
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𝕎𝕠𝕣𝕝𝕕 𝔻𝕚𝕤𝕟𝕖𝕪 ¦¦ Kookmin
Lãng mạnOS basados en las historias de las princesas de Disney.