Capítulo 1: Mariposas del espanto

2.6K 367 585
                                    

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

El sabor metálico de la sangre seca es lo que me despierta

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

El sabor metálico de la sangre seca es lo que me despierta. Me da asco. Me hace recordar algo que no sé qué es, pero sé que no se trata de una memoria positiva, como son todas las que llevo encima.

Limpio mis labios con la manga de la playera y abro los ojos despacio, despacio. Una luz cegadora y blanca me pega en la cara, me impide despertar por completo. Fastidiado, intento aferrar mis manos a las sábanas, no obstante, al sentir la textura de la tierra húmeda y los guijarros, doy un respingo.

A pesar de la molesta luz, abro por completo mis orbes y las tallo para asegurarme de que lo que estoy presenciando es real y no una sosa alucinación producto de una ingesta combinada de tachas, LSD y un pinchazo de heroína. Sin embargo, no tardo en darme cuenta de que estoy sentado en la tierra húmeda de la orilla del río, que tengo el cuerpo de agua helada enfrente de mí y a un par de mariposas negras reposando en la tela sucia de mis pantalones.

Ahuyento a esos animales de mal agüero moviendo mis piernas. Si algo aprendí de mi abuela fue que, así como los gatos negros y los cuervos, las mariposas negras también traen malas vibras. Ella les decía mariposas del espanto, y cada que veía una volando por los alrededores de la casa, juraba que pronto alguien enfermaría o sería asesinado.

Mi cabeza duele en un lado, presiono con fuerza ese punto y aprieto los labios ante esa sensación poco placentera. Otra mariposa del espanto se acerca a donde estoy, revolotea y revolotea delante de mis ojos; me da la impresión de que me escruta, que incluso se está burlando de lo patético que me veo.

La mariposa me mira con el mismo desprecio con el que lo hacen las personas del pueblo cuando nos ven a Tom y a mí desayunar tacos de canasta en el quiosco. A él le causan gracia sus muecas de asco y gestos de indignación, a mí solo me hacen encabronar y suelo mirar sus ojos aterrados y espetarles:

—Más respeto, que podría tener unos hijos iguales.

Es mejor que mentar madres o hacer como que me saco un cúter del bolsillo. Les causa más terror la idea de tener materializados todos sus putos errores en un ser que medio piensa, medio come y medio vive.

Harto de esto, me incorporo con un salto que no hace más que marearme. Ya hay cuatro mariposas del espanto burlándose de mí con sus diminutos ojos negros, presumiéndome la libertad que tienen durante su efímera y despreocupada vida. Hago el intento de ahuyentarlas, pero parecen no responder, siguen ahí y, por el contrario, llegan más y más.

La fosa a la orilla del río | DISPONIBLE EN FÍSICO| ✅ |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora